La verdad, un bien escaso
Gerardo Ferrara - Expertos - ETWN

El bien común:

El filósofo español Fernando Savater afirma que el bien, es todo lo que está de acuerdo con lo que somos y lo que conviene al ser humano, y el mal es lo contrario: lo que significa la negación de lo que somos y lo que no nos conviene como seres humanos. Para Sócrates la verdad se identifica con el bien moral, esto significa que quien conozca la verdad no podrá menos que practicar el bien.

Lamentablemente en los tiempos que corren, donde el relativismo impregna todo, la práctica del bien y en particular del bien común, está influida por la dualidad entre intereses y valores, donde las decisiones que se toman se disfrazan de decisiones tomadas en base a principios y valores, aunque en realidad responden a intereses económicos, políticos o sectoriales, o sea al intereses de unos pocos.

Los principios y valores están estrechamente relacionados y se complementan entre sí. Los principios proporcionan las bases sobre las cuales se construyen los valores, mientras que los valores reflejan las prioridades y las creencias personales que guían la aplicación de esos principios en la vida cotidiana.

La mentira es un antivalor debido a las diversas consecuencias negativas que tiene tanto a nivel personal como social. En primer lugar, la mentira implica una falta de sinceridad y honestidad, lo que erosiona la confianza en las relaciones interpersonales. Cuando se descubre que alguien ha mentido, se mina la credibilidad de esa persona y genera desconfianza y resentimiento en los demás.

Además, la mentira lleva a la creación de un ambiente de deshonestidad y engaño, lo que dificulta la construcción de relaciones sólidas y auténticas. En lugar de fomentar la comunicación abierta y honesta, la mentira genera un clima de sospecha y manipulación.

«En el ámbito empresarial, podrían justificarse prácticas poco éticas, como la explotación laboral o el daño ambiental, bajo el pretexto de maximizar el valor para los accionistas «

Un antivalor en toda regla

A nivel social, la mentira también tiene consecuencias perjudiciales, ya que socava la integridad de las instituciones y debilita el tejido social al promover la desconfianza y el cinismo. Cuando los líderes o figuras con autoridad recurren a la mentira para encubrir errores o manipular a la opinión pública, socavan la confianza en el sistema y generan un clima de descontento y desafección.

Desde una perspectiva ética, la mentira implica una falta de respeto hacia los demás. Al mentir, se niega a los demás el derecho a la verdad y se les priva de la información necesaria para tomar decisiones informadas. Esto puede ser especialmente dañino en situaciones donde la verdad es crucial, como en relaciones personales, contextos profesionales o decisiones políticas.

En el ámbito empresarial, podrían justificarse prácticas poco éticas, como la explotación laboral o el daño ambiental, bajo el pretexto de maximizar el valor para los accionistas o promover el crecimiento económico. A nivel personal, alguien podría justificar comportamientos egoístas o manipuladores como una expresión de valores como la autonomía o el pragmatismo, ocultando así sus verdaderas motivaciones.

La mentira es un antivalor, por lo tanto, es importante no aceptar la mentira venga de donde venga, porque nunca sirvió ni servirá al bien común y a la justicia. Fomentar la transparencia, la rendición de cuentas y la integridad en la toma de decisiones es fundamental para promover una sociedad más ética y justa.

Por EDGARDO CALVENTE FARIZANO

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Persiguiendo la falsa felicidad
Gerardo Ferrara - Expertos - ETWN

Reflexión en Nueva York:

Hace pocos días tuve la oportunidad de estar en Nueva York, una ciudad única por su inmenso entramado de rascacielos algunos de ellos tan icónicos que, seguro que los has visto una y otra vez en las películas, sus emblemáticos espectáculos de Broadway, sus impresionantes vistas desde High Line, su museo MOMA de talla mundial y su reputación como capital de la moda.

Caminé por sus calles observando sus personas y personajes. Una mañana sentado en Central Park miraba a cientos de corredores entrenando tras la quimera de vida sana y estar en forma, y me preguntaba por su soledad ya que no veía parejas o grupos de amigos, sino solo individuos.

Algo hacía ruido en mi interior, la gente no parecía feliz, mucho selfie y mucha pose, pero algo faltaba en esta gran ciudad. La respuesta me llegó subiendo por el ascensor del hotel, donde, en el tiempo que pasa entre la planta baja y el piso catorce, la persona que subía conmigo sacó seis veces el móvil del bolsillo para mirar el chat pese a no recibir ningún mensaje y lo que más me impactó fue que la foto de fondo era una imagen de sí mismo.

En ese momento comprendí que más allá de que el síntoma se acentuara en esta urbe, donde la tienda de Apple está abierta las 24 horas, el problema estaba en que vivimos aceleradamente buscando la falsa felicidad, ese espejismo en el desierto del alma que queremos llenar con materialismo, hedonismo y narcisismo.

«En última instancia, la falsa felicidad es un espejismo efímero que se desvanece ante la luz de la autenticidad y la verdad. «

Un resplandor engañoso

La falsa felicidad brilla con un resplandor engañoso, seduciéndonos con promesas de plenitud y satisfacción, pero en su núcleo yace un vacío palpable. Es la sonrisa forzada que adorna rostros cansados, la risa hueca que resuena en habitaciones vacías, en este caso en un país donde la tasa de suicidio ha aumentado cerca de un 35 por ciento en dos décadas, con muertes que se acercan a las 50.000 personas al año y una inversión millonaria para dotar al Golden Gate de mallas anti suicidio que acaba de estrenarse.

Nos empeñamos en perseguir esta ilusión del cuerpo perfecto, la ropa de marca y la última tecnología, creyendo que la acumulación de posesiones materiales o el reconocimiento externo serán la fuente de nuestra dicha. Sin embargo, esta búsqueda nos conduce por un camino sin fin, donde cada logro alcanzado se desvanece rápidamente en el horizonte de nuestras expectativas.

La falsa felicidad se alimenta de la comparación constante y la validación externa. Nos insta a medir nuestro valor en base a estándares superficiales y efímeros, dejándonos atrapados en un ciclo interminable de insatisfacción y deseo insaciable.

En última instancia, la falsa felicidad es un espejismo efímero que se desvanece ante la luz de la autenticidad y la verdad. Solo cuando aprendemos a mirar más allá de las apariencias y a cultivar la felicidad desde dentro, podemos encontrar una alegría genuina y duradera que ilumine nuestro camino y de sentido a nuestras vidas.

Por EDGARDO CALVENTE FARIZANO

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