El Árbol de la Vida
Gerardo Ferrara - Expertos - ETWN

Asalto al Árbol de la vida:

 

En el siglo XX y XXI han aparecido teorías y actividades en torno a la vida que bien podemos llamar Asalto al Árbol de la vida. El transhumanismo pretende cambiar la especie humana y la inmortalidad. Las investigaciones genéticas van por el mismo sendero. La cultura de la muerte hace del aborto y la eutanasia los nuevos sacrificios humanos de los cuales depende el progreso y la paz. Las clínicas y los hospitales serán los nuevos altares de los sacrificios de niños inocentes preconocidos por conocidos pensadores como Bataille, Calasso, Danielou el hermano del cardenal católico.

Desde el pecado original, todo el Antiguo y Nuevo Testamento nos previenes para no volver a pecar tocando el “arbol de la vida” y destruirnos.

          ¡Cuidado con los que intentan tocar el “arbol de la vida”!

          Dios quiere que todos los hombres se salven ¿Qué entienden los científicos por la salvación del hombre?

          Somos responsables “El hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad. Catecismo de la Iglesia Católica p.396.

          Por la falta de fe en Dios se tiene a la muerte y al sufrimiento, también se teme porque nuestra carne es débil, pero a los que tienen fe en Dios, Él les da fuerza para el combate.

          Queremos alargar la vida aquí en la tierra y evitar toda clase de sufrimiento como si esto fuese suficiente para que el hombre alcanzase la plena felicidad. “Sólo Dios puede dar la Vida eterna y la plena felicidad”.

¿Para qué queremos sanos y hermosos cuerpos y alargar nuestra existencia aquí en la tierra muchos más años de los que Dios nos tiene previstos, si no somos felices porque no creemos en Dios vivo y no seguimos sus mandamientos de amor?

¿Para qué quiero, un sano cuerpo y larga vida, si después tengo que padecer eternamente?

Nuestros cuerpos serán glorificados y nuestra alma plenamente gozosa al contemplar el rostro de Dios.

          También en esta vida terrena, el hombre sólo encuentra la plena felicidad en Dios. Por eso vemos como algunos hombres y algunas mujeres se apartan del mundo para entregarse solo a Dios, demostrando que la felicidad no la da el mundo ni nada del mundo, otros son felices dentro del mundo, pero poniendo su corazón principalmente en Dios, sólo en Dios, porque saben que sólo Dios es fuente de verdadera felicidad.

          La destrucción externa no aniquilará a todos los hombres, lo que es de verdad peligroso y tenemos que estar alerta es de la destrucción desde el interior del hombre, su origen.

¡Mundo no cuides tanto mi cuerpo y mi vida, apartándome de mi Creador! Y enséñame a ser feliz en Dios, cumpliendo todos sus mandamientos de amor. Luego Dios ya dispondrá el concedernos adelantar en todas las ciencias que son beneficiosas para el hombre, porque Dios quiere nuestra felicidad también aquí en la tierra, en la vida, pero sin apartarnos de Él.

          Confiemos siempre en su infinita misericordia y en la intercesión de su Hijo hecho Hombre, y la de la Santísima siempre Virgen María que, como buena Madre de todos los hombres, interviene constantemente en la historia del hombre para avisarnos y así podamos convertir nuestros corazones a Dios, poniendo toda nuestra inteligencia a su disposición.

«La destrucción externa no aniquilará a todos los hombres, lo que es de verdad peligroso y tenemos que estar alerta es de la destrucción desde el interior del hombre, su origen.»

El Árbol de la vida en las reigiones

          Árboles sagrados, ritos y símbolos vegetales se presentan en todas las religiones tanto en formas populares, como en versiones metafísicas y en las místicas arcaicas. Dice Mircea Eliade que, mirando más allá de las muchísimas formas de manifestarse, se debe intentar  captar la intuición original subyacente; pues es un signo muy coherente y extendido en casi todas las culturas, también hoy. Y dice: “para la experiencia religiosa arcaica el árbol representaba el poder”[1], aunque subraya que “no puede propiamente hablarse de un culto al árbol. Nunca se ha adorado un árbol sólo por sí mismo, sino por lo que implicaba y revelaba”[2]. Al contemplar las múltiples manifestaciones de lo que ven en el árbol las religiones arcaicas, concluye que “el árbol manifiesta una realidad extrahumana (que se presenta al hombre bajo cierta forma, que da fruto y se regenera periódicamente). El árbol, para la experiencia arcaica, es el cosmos entero. El árbol puede, sin duda, llega a ser un símbolo del universo y bajo esa forma lo encontramos en las religiones más avanzadas; pero para una conciencia religiosa arcaica, “es el universo porque lo repite y lo resume a la vez que lo simboliza”[3]. Todo está en cada parte al modo como ocurre en el holograma diríamos al público cientista de hoy.

          Unas veces usarán el Árbol invertido que tiene sus raíces en el cielo y los frutos en la tierra; otras el árbol cósmico, eje del mundo; otras se le relaciona con grandes diosas mostrando la maternidad divina. Pero vamos a centrarnos en qué entendían por Árbol de la vida en Egipto y Mesopotamia, lo que nos ayudará a comprender mejor la revelación bíblica.

          En Egipto usan abundantemente la unión gran diosa-árbol de la vida que da de beber al muerto o con las manos cargadas de dones o emergiendo el busto de la diosa de un árbol. En Mesopotamia tiene importancia en el poema de Gilgamesh en su búsqueda frustrada de la planta de la inmortalidad. También se dice que este árbol es la vid. Estas múltiples muestran que en el centro del cosmos está la fuente de la vida, de la juventud  y la inmortalidad. Unos tenderán a la eterna juventud, otros a la inmortalidad, otros simplemente el don de la vida.

          Este árbol tiene guardianes entre los que destaca la serpiente como símbolo de la astucia, es decir la sabiduría utilizada con malicia. Gilgamesh consigue la planta de la inmortalidad, ayudado por los dioses, aunque no supera las pruebas, la pierde cuando la serpiente se la come al dormirse junto a las aguas de una fuente. El relato del Génesis es más comprensible desde esta base de entendimiento.

Además de este significado primordial, el árbol de la vida significa la realidad sacralizada y la vida[4] concentradas en un centro inaccesible que sólo pueden comer los elegidos. Las propiedades curativas son también muy frecuentes al atribuirse mucho poder medicinal de las plantas al árbol original. Es decir, esta simbología religiosa muestra un acontecimiento cósmico, que se manifiesta en una simbología vegetal que representa y bendice la vida en diversas formas presentes o deseadas[5]. Estas manifestaciones sagradas no son propiamente dioses, sino que manifiestan al Dios espiritual oculto.

Los sabios que han originado las grandes civilizaciones han sabido encontrar los símbolos adecuados para construir sociedades con armonía. El árbol es uno de los símbolos esenciales de la tradición. Algunos pueblos[6] han escogido algún árbol especial como símbolo y lo veneran. Es el caso de la encina entre los celtas; el fresno, para los escandinavos; el tilo en Germania; la higuera en la India. Otros asocian dioses y árboles: Attis y el abeto; Osiris y el cedro; Júpiter y la encina; Apolo y el laurel. El árbol simboliza, en el sentido más amplio, la vida del cosmos, su densidad, crecimiento, proliferación, generación y regeneración. Como vida inagotable equivale a inmortalidad.

          Al ser un símbolo vertical conduce la vida subterránea hasta el cielo. También se asimila a la escala y a la montaña, significando tres mundos (inferior o infernal; central o terrestre y superior o celeste). El árbol viene a tener un significado de eje entre esos tres mundos, que están articulados y no son independientes. Rábano Mauro dice que simboliza la naturaleza humana[7]. El árbol también es el eje del mundo ya en el período neolítico, lo cual lleva que también se le considere el lugar central, como un centro cósmico.

[1] Mircea Eliade. Tratado de la historia de las religiones. Ed Cristiandad. Madrid 2001, p. 398

[2] Ibid. p.398

[3] Ibid. p.399

[4] Ibid. cfr pp. 429-431

[5] Ibid. cfr pp. 463-469

[6] Juan Eduardo Cirlot. Diccionario de Símbolos. Ed Siruela. 7ª ed. 2003. p. 89-91

[7] Rábano Mauro. Allegoriae in Sacram Scripturam

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El signo supremo del Cristianismo es la Cruz. Pero también lo es de religiones y civilizaciones antiguas muy anteriores al cristianismo e, incluso, al mismo Abraham.

El Árbol de la Vida surge con frecuencia en los pueblos orientales.  Un tema mesopotámico el árbol centrado entre dos animales fabulosos.   El árbol es uno de de los símbolos más antiguos. Este símbolo es muy anterior a la redacción del Génesis. Es más, podemos pensar que fue tomado por el pueblo judío para expresar la revelación del Dios Único Transcendente y Creador purificándola de idolatrías y supersticiones. Muchos piensan que existe una revelación primitiva en la creación. Estos símbolos son como el molde sobre el que la mente humana elabora una concepción universal que puede ser sabia o errática. En algunos lugares, como la India, el árbol se representa como desarraigándose del cielo y con la copa en la tierra. Este es un símbolo inverso, más de muerte que de vida, al ser panteísta y emanatista. La visión gnóstica también usa el árbol como símbolo, aunque algunas corrientes como la teosofía anticristiana de Madame Blavatsky dice, de un modo casi delirante, “en el principio, las raíces del árbol nacían del cielo y emanaban de la raíz del Ser integral. Su tronco creció y se desarrolló atravesando las capas del Pléroma proyectó en todos los sentidos sus ramas frondosas sobre el plano de la materia apenas diferenciada; y después, de arriba abajo para que tocaran el plano de la tierra. Por esto el árbol de la vida y del ser es representado de esta forma”. Esta idea se encuentra ya en los Upanishads, donde se dice que las ramas del árbol son el éter, el aire, el fuego, el agua, la tierra. Los cabalistas desarrollaron mucho esta idea y en el Zohar se lee que “el árbol de la vida se extiende desde lo alto hacia abajo y el sol lo ilumina enteramente”. El mismo Dante representa el conjunto de las esferas celestes tolemaicas, que es lo que se pensaba entonces del mundo astronómico, como la copa de un árbol cuyas raíces (origen) miran hacia arriba (Urano). En las mitologías nórdicas el árbol cósmico hunde sus raíces en la tierra donde se encuentra el infierno.

La duplicación del Árbol, como hace el Génesis, coloca al árbol de la vida más oculto porque es difícil llegar a la inmortalidad, aunque posible. La hierba de Gilgamésh está en el fondo del Océano custodiada por monstruos, como lo están las manzanas del jardín de las Hespérides. En el cielo babilónico también existen dos árboles simbolizando la verdad y la vida. También existen triplicaciones con tres raíces y tres troncos, una central y dos gruesas ramas como un burdo dualismo. El árbol de la vida se le presenta florido y el de la muerte o de la ciencia seco. Jung, psicólogo de la New Age, usa también ese símbolo con contenido sexual, o mejor bisexual diciendo que en latín los nombres de árbol son de género femenino con desinencia masculina. Como se ve las posibilidades interpretativas del símbolo del árbol son enormes y, no pocas veces, disparatadas. A veces, se le asocia al sol y la luna con un sentido cósmico. En la India se halla el árbol con tres soles, imagen de Trimurti; en China el árbol con los doce soles zodiacales. Si tiene los signos de los siete planetas (o metales) representa la materia única (protophylé) de donde nacen todas las diferenciaciones. En Alquimia el árbol de la ciencia recibe el nombre de árbor philosóphica, como símbolo del crecimiento de una idea, vocación o fuerza. Plantar el árbol de los filósofos equivale a poner en marcha la imaginación creadora. También se asocia frecuentemente a la fuente, al dragón y a la serpiente. La serpiente enrroscada al árbol equivale al conjunto de ciclos de la manifestación universal en torno al eje del mundo. El Árbol sefirótico de la cábala lo forman estructuras jerarquizadas semejantes al árbol de Porfirio y al de Ramón Llull, cuyo tronco simboliza la sustancia primordial de la creación y cuyas ramas simbolizan los nueve accidentes. Esta cifra de diez también se da en los sefirot como suma de todo lo real que puede determinarse con números. En China, mucho más prácticos y menos especulativos, el árbol simboliza la longevidad y la fertilidad y gozan de gran predicamento el bambú, el ciruelo y el pino llamados “los tres amigos” porque se conservan verdes durante el invierno y se les suele pintar juntos.

 El hombre moderno occidental analiza y separa; intenta entender a través de aquellos elementos separados que le parecen más inteligibles; pero la realidad se le escapa, como es notorio en la Física. El símbolo, en cambio, recoge la unidad de dos realidades y expresa el conjunto inseparable de su realidad. Aparente­mente es menos inteligible, pero, a través de él, se conoce mejor la realidad (esto es debido a que el modo racional de conocer es inferior en ciertos aspectos al modo intuitivo). No todos los símbolos poseen la misma intensidad de realidad. Su tarea más elevada es expresar la realidad divina. El símbolo no falsificado no es arbitrario, como sí suele serlo un logotipo; de ahí que en todas las religiones verdaderas se hallen símbolos similares. El diálogo interreligioso y la evangelización de todos los pueblos caminarán más expeditamente por el entendimiento de los símbolos verdaderos.

El signo supremo del Cristianismo es la Cruz. Pero también lo es de religiones y civilizaciones antiguas muy anteriores al cristianismo e, incluso, al mismo Abraham. La cruz es un molde original del ser real, el esquema fundamental impreso por Dios en el cosmos, la ley estructural del universo, y, por eso mismo, el modelo radical de todas las obras realizadas por el hombre. El Árbol es un signo derivado del símbolo creacional de la Cruz. La Cruz muestra el cielo que se entrecruza con la tierra y que combina un lado luminoso y otro oscuro, la vida y la muerte. Nada hay, ni ocurre, sin la cruz. Expresado con lenguaje oriental, la cruz es el mandala básico. Ha sido estampado como un sello en el cielo y en la tierra. Para los hombres de la Edad de Piedra fue ya un símbolo importante; ciertamente lo fue muchas generaciones antes del sacrificio de Cristo en el Gólgota para los pueblos sumero-elamitas del valle del Tigris, para la civilización China tal como se condensa en el escrito I Ching y para los egipcios del valle del Nilo. Estos pueblos adornaban sus vestiduras y sus objetos de culto con el signo de la cruz. Era un símbolo del Dios benéfico.

El símbolo auténtico en toda su pureza ha sido “inventado” por Dios. La Cruz de Cristo es más inteligible mirada desde este símbolo primitivo, que adquiere con Cristo la categoría de verdadero Árbol de la Vida. La locura de la cruz es sólo para los que no entienden la visión original, debido a que poseen una visión falsificada de lo genuino y de lo renovado tras la destrucción. El símbolo del Árbol de la Vida se sitúa como prolongación de la cruz original. Y la Cruz de Cristo como explicación total del beneficio divino de un nuevo Árbol de la Vida.  “Lo que ocurre hoy en el mundo no es más que un único baile en torno a este árbol de la vida que es en realidad un árbol de muerte”[1]. La falsificación de los símbolos no se da sólo en la cruz y en el árbol de la vida. Esta falsificación tiene más importancia para la vida práctica de los hombres de lo que puede parecer a primera vista.

[1] Odo Casel, El misterio de la cruz, Ed. Guadarrama, Madrid 1961

El Árbol de la vida en el Génesis

Con la perspectiva que da el capítulo anterior, vale la pena volver a leer el Génesis. “Plantó luego Yahvé Dios un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre a quien formará. Hizo Yahvé Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar, y en el medio del jardín el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal” (Gn 2, 8-9).

Tras el pecado de Eva, que toma por curiosidad la manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal y convence a su esposo Adán para que también tome, se desencadena las desdicha sobre la humanidad: “Díjose Yahwé Dios: —He ahí al hombre hecho como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal; que no vaya ahora a tender su mano al árbol de la vida, y comiendo de él, viva para siempre’. Y le arrojó Yahvé Dios del jardín del Edén, a labrar la tierra de la que había sido tomado. Expulsó al hombre y puso delante del jardín del Edén un querubín que blandía flameante espada para guardar el camino del árbol de la vida(Gn 3, 22-24). El conocimiento adquirido, seducidos por un engaño, puede acercar al Árbol de la vida con un pecado mayor, que les es privado. Podrían alcanzar la Vida inmortal.

 Dios ha prometido a los hombres un reino de justicia, paz y libertad que se dará con la segunda venida de Cristo, denominada parusía. El libro del Apocalipsis, al describir este triunfo del Reino de Cristo, lo describe tras los combates con el Dragón (de fácil identificación) y de las dos Bestias (una muy armada y terrible, y otra vociferante y rebosante de blasfemias) que sirven al Dragón y pretenden que todos le adoren. El Cordero vence, y aparece la Jerusalén celeste descrita con gran riqueza de imágenes y símbolos: “Vi un cielo y una tierra nuevos, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Vi también la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo del lado de Dios, ataviada como una novia que se engalana para su esposo. Y oí una fuerte voz procedente del trono que decía: —‘He aquí la morada de Dios con los hombres: Habitará con ellos y ellos serán su pueblo, y Dios, habitando realmente en medio de ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó’. El que estaba sentado en el trono dijo: —‘Ahora hago nuevas todas las cosas’. Y añadió: —‘Escribe: Estas palabras son fieles y veraces’. También me dijo: —‘Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al sediento daré de beber gratis de la fuente de agua viva.

«su luz era semejante a una piedra preciosísima, como la piedra de jaspe, transparente como el cristal.»

El que venza, heredará estas cosas, y yo seré para él Dios, y él será para mí hijo. En cambio, los cobardes, incrédulos, abominables y homicidas, fornicarios, hechiceros, idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda’. Entonces vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas finales, y habló conmigo diciendo: —‘Ven te mostraré a la novia, la esposa del Cordero’. Me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo del lado de Dios, reflejando la gloria de Dios: su luz era semejante a una piedra preciosísima, como la piedra de jaspe, transparente como el cristal. Tenía una muralla grande y alta con doce puertas, y sobre las puertas doce ángeles y unos nombres escritos que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. Tres puertas al oriente, tres puertas al norte, tres puertas al mediodía y tres puertas al poniente. La muralla de la ciudad tenía doce pilares y en ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero. El que hablaba conmigo tenía una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla”.

“El trazado de la ciudad era cuadrado: su longitud era tanta como la anchura. Midió la ciudad con la caña y tenía doce mil estadios; su longitud, anchura y altura eran iguales. Midió también la muralla: tenía ciento cuarenta y cuatro codos, según la medida humana usada por el ángel. Las piedras de su muralla eran de jaspe, y la ciudad era de oro puro parecido al cristal nítido. Los pilares de la muralla de la ciudad estaban adornados con toda clase de piedras preciosas: el primer pilar era de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de calcedonia, el cuarto de esmeralda, el quinto de sardónica, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisoprasa, el undécimo de jacinto y el duodécimo de amatista. Las doce puertas son doce perlas, cada una de las puertas estaba hecha de una sola perla. La plaza de la ciudad era de oro como cristal transparente.

“Pero no vi templo alguno en ella, pues su templo es el Señor Dios omnipotente y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de que la alumbren el sol ni la luna: la ilumina la gloria de Dios y su lámpara es el Cordero. A su luz caminarán las naciones, y los reyes de la tierra le rendirán su gloria. Sus puertas no se cerrarán durante el día, porque allí no habrá noche. Llevarán a ella la gloria y las riquezas de las naciones, pero no entrará nada profano, ni el que comete abominación y falsedad, sino los que están escritos en el libro de la vida del Cordero. Me mostró el río de agua de la vida, claro como un cristal, procedente del trono de Dios y del Cordero. En medio de su plaza, y en una y otra orilla del río, está el Árbol de la Vida, que produce frutos doce veces, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol sirven para sanar a las naciones. Ya no habrá nada maldito. En ella estará el trono de Dios y del Cordero, y sus siervos le darán culto, verán su rostro y llevarán su nombre grabado en sus frentes. Ya no habrá noche: no tienen necesidad de luz de lámparas ni de la luz del sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos y reinarán por los siglos de los siglos” (Apoc 21,1-22,4). El Árbol de la Vida defendido por el querubín será dado a los hombres, ya sin defensas.  Sólo Dios puede dar la Vida eterna y la plena felicidad.

La Cruz, nuevo Árbol de la vida

La relación entre la Cruz y el Árbol de la Vida es grande. La Cruz es el Árbol fronterizo, pues se encuentra junto a la muerte. La muerte es una oscura puerta. La serpiente sugiere que no hay nada más allá de esta puerta. De mil formas incita a desconfiar de la Vida que viene tras la muerte. El Árbol de la Cruz pasa de ser de Árbol de Muerte a ser Árbol de Vida en Cristo. Esta es la realidad cristiana, ya anticipada y deseada por las religiones en deseos que no pueden hacer reales.

La Cruz es la frontera entre Dios y Satanás. La fecundidad ante la esterilidad querida. La Vida ante la muerte. El palo seco es una cara de la realidad posible pero florece cuando da la cara a Dios. La ley de la muerte se convierte en Ley de Vida. Los no cristianos que entienden el lenguaje del símbolo de la cruz y del árbol de la vida se pueden preguntar, desde su sabiduría, si es posible esa plenitud en el cielo en la tierra. La fe cristiana dice que sí. Y lo basa no en especulaciones inteligentes o en deseos, sino en hechos. La Resurrección es el hecho central de la historia. Cristo recibe una Vida para no morir, una Vida que espiritualiza el cuerpo sin despreciarlo. Una Vida conquistada por el amor posible del hombre con un Sacrificio perfecto, y, al mismo tiempo, un don de lo Alto que se hace muy próximo y no lejano y totalmente desconocido. Se trata de una nueva creación explicable desde la fe y desde la metafísica, y que siendo nueva responde a todas las exigencias de la creación. “la Cruz de Cristo es el Árbol de la vida”. En el Santo Sepulcro de Jerusalén se puede observar una grieta a la que se atribuye una relación con el primer Adán. Jerusalén es el centro del Cosmos donde se encuentra el Árbol de la Vida imposible y vetado para Adán y conquistado por Cristo que ha vencido en todas las pruebas.  Los símbolos antiguos se explican con la realidad de Cristo. Bueno puede ser comunicar la buena nueva desde su experiencia profunda y su cultura.  Las llamas que cierran el paso a la sede de Dios es una imagen común en Oriente antiguo. También en las sagas nórdicas rodeando a Brunilda y en los espinos de la Bella durmiente. El Querubín de espada llameante es la misma imagen. Cristo atraviesa el fuego en las dos direcciones.

» El genio femenino lo podremos encontrar en la capacidad de amar que da el ser capaz de dar vida, y, más aún, el de darla efectivamente.»

pLa mujer y el Árbol de la vida

          La mujer es dadora de vida de una manera especial. La Vida que Cristo conquista en el Árbol de la Cruz depende de la vida que recibió al ser concebido en el seno de María. María es la nueva Eva que vence las pruebas ante el Árbol de la Cruz. Cree contra toda evidencia. Espera contra toda esperanza la resurrección. Ama a pesar del dolor, y en el dolor de la Cruz extiende su amor a todos los hombres incluyendo a los enemigos que matan a su Hijo. Obedece frente a la desobediencia de Eva. Se atiene humilde al camino de victoria elegido por Dios, en lugar de confiar sólo en sus fuerzas. Quiere a Dios en su humildad de pequeñez frente a la altanería curiosa de Eva. Acepta la muerte y el dolor por amor frente a la búsqueda de la inmortalidad de Eva. Adquiere la experiencia del mal al ver al infierno desatado y a todos los pecados de los hombres contra su Hijo inocente, pero no por saborear algo que esconda un fruto sabroso.

          La mujer de todos los tiempos es tentada y tiene fuerzas para vencer. El genio femenino lo podremos encontrar en la capacidad de amar que da el ser capaz de dar vida, y, más aún, el de darla efectivamente. La tentación de usar su poder para encumbrarse y dominar puede utilizarla para servir, aunque los orgullosos no entiendan. La dilatación del corazón que da la capacidad de ser madre puede dilatarla superando la tendencia a la agresividad guerrera, aunque sea defensiva. 

          Valga una crítica humorística a algunos feminismos igualitarios, que no valoran ni la maternidad ni la virginidad. Se puede decir que en ellos Venus es su símbolo frente a María. María es Hija, Virgen, Madre y Esposa, mientras que no se conoce la filiación de Venus. No es virgen.  Ni mucho menos madre. Tampoco tiene esposo. Es decir sólo queda su ser individual sin ninguna relación personal que altere su egoísmo. Utiliza y no quiere ser utilizada. No sabe dar ni darse. María es el amor humano divinizado que libremente da y se da. Estos son los modelos que hasta en la corporalidad tienen una expresión bien visible.

Congreso organizado por D. Enrique Cases
El Árbol de la Vida sobre la Vida en sus inicios con ponencias de Biomedicina, Filosofía y Derecho, con premios de novela y de investigación para universitarios y bachilleres 2005

 

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