«Tengo familia»
“Tengo famiglia” (“tengo familia” en español, pero una traducción extensiva más correcta sería: “esto lo hago por mi familia”) es una expresión icástica italiana, acuñada por el escritor e intelectual Leo Longanesi, quien quería representar una cierta mala praxis, presente en la “cultura latina”, de encubrir o justificar diversos crímenes o malas actitudes (como robar, no pagar impuestos, corromper y ser corrompido) con la excusa de hacerlo por su propia familia, o en todo caso por una razón válida, justificable.
Aunque, por supuesto, esta expresión corre el riesgo de hacer que se formulen juicios estereotipados sobre la sociedad y la cultura latina en general, podría no obstante ser representativa de cierta tendencia “romana” (y por “romana” no nos referimos a la ciudad de Roma) a “normalizar”, o aceptar como un hecho, varias actitudes completamente erróneas en nombre de un supuesto “interés superior”.
En ámbito secular, por ejemplo, esto podría traducirse en el llamado “familismo amoral”, un concepto sociológico introducido por Edward C. Banfield en su libro de 1958 The Moral Basis of a Backward Society.
El familismo amoral
Bansfield desarrolló esta teoría a partir de estudios realizados en la región de Basilicata, en el sur de Italia, para intentar comprender por qué algunas sociedades son más “atrasadas” o problemáticas que otras.
La cultura de estas sociedades, pues, presentaría una concepción extrema de los lazos familiares en detrimento de la capacidad de asociación y del interés colectivo. Los individuos parecerían actuar siguiendo la regla de maximizar únicamente los beneficios materiales a corto plazo de su propio núcleo familiar, suponiendo que todos los demás se comportan de la misma manera.
Por tanto, sería esta ética particular de las relaciones familiares la causa del atraso. Bansfield llamó su teoria “familismo amoral” porque el individuo sólo perseguiría el interés de su propio núcleo familiar, y nunca el de la comunidad, lo que exige la cooperación entre parientes no consanguíneos; y lo haría de forma a-moral porque, con esta actitud, aplicaría las categorías del bien y del mal sólo a los miembros de su familia, y no a los miembros de la comunidad (los ciudadanos del estado, la sociedad, etc.).
Cuando solo se persigue el interes del propio grupo familiar sobre el de la comunidad
El familismo amoral en el ámbito eclesiastico o político: el nepotismo
En el ámbito eclesiástico y político, el familismo amoral coincide con el nepotismo, que se produce cuando quienes detienen la autoridad o poderes particulares favorecen a sus propios familiares (o amigos íntimos), debido a la relación familiar y de amistad que tienen con ellos y no a las habilidades y competencias reales que éstos poseen. El término proviene de la palabra latina nepos, que significa “nieto” o “sobrino” (ya que hubo en la Edad media algunos papas que tuvieron hijos ilegítimos que reconocieron como sobrinos).
En la Iglesia o en la política puede acontecer, pues, que un hombre de poder o un eclesiástico contratan o ascienden, en cargas más o menos importantes, a un pariente o a un amigo en lugar de a un extraño más calificado, lo que lleva a una concentración de poderes en manos de pocas personas o familias o grupos, dificultando el acceso meritocrático a las instituciones y, por consecuencia, el buen funcionamiento de estas instituciones, lo que puede llevar a la pérdida de independencia y de credibilidad moral de ellas.
El Consecuencias del familismo en la familia y la sociedad
En el ámbito familiar y social, las consecuencias del familismo son varias pero solamente mencionamos tres:
- Ya no se persigue el interés común, sino su propio provecho o él de su propia familia o grupo;
- Se considerará como enemiga aquella persona o institución que pretenda actuar en el interés público o según una visión más amplia;
- Falta de identificación con los fines de la organización a la que se sirve y de vocación o sentido de misión.
A nivel de la sociedad civil, todo esto se traduce en algunas derivaciones que pueden ser dramáticas. Pensemos, por ejemplo, en el votar por un partido o representante político que no represente el bien mayor de la sociedad pero que me haya hecho ciertas promesas a mí o a mi familia a cambio de mi apoyo; o en contratar o haber contratado, en una empresa pública privada, a un trabajador solamente porque es pariente o amigo aún no siendo la mejor opción para esa empresa en particular; en tratar de manera diferente a ciudadanos o empleados en base a lazos familiares o de amistad y no en base a sus habilidades y valores morales y personales.
Eso, desde un punto de vista cristiano, significa privilegiar los intereses privados y personales o familiares, olvidando la doctrina social de la Iglesia que, en documentos como Gaudium et spes (32), señala lo siguiente: “Dios ha elegido a los hombres no solamente en cuanto individuos, sino también a cuanto miembros de una determinada comunidad. [—] Esta índole comunitaria se perfecciona y se consuma en la obra de Jesucristo. [—] Primogénito entre muchos hermanos, constituye, con el don de su Espíritu, una nueva comunidad fraterna entre todos los que con fe y caridad le reciben después de su muerte y resurrección, esto es, en su Cuerpo, que es la Iglesia, en la que todos, miembros los unos de los otros, deben ayudarse mutuamente según la variedad de dones que se les hayan conferido”.
En este sentido podemos mencionar también las palabras del mismo Jesucristo, quien afirmó haber venido a la tierra para que esté “el padre dividido contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera, y la nuera contra su suegra”, lo que no es obviamente crear enemistad entre los miembros de una misma familia, sino sancionar que la pertenencia a la comunidad humana y cristiana, que tiene como base el bautismo, va incluso más allá de los lazos de sangre. ¡No se puede vivir el paraíso en una familia con indiferencia y burguesismo, sin pensar que los demás a lo mejor viven el infierno!
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El papa Francisco, en su discurso del 25 mayo de este año ante la Asamblea General de los obispos italianos, «El clericalismo es una perversión, pero cuando el clericalismo entra en el laicado, es terrible”
El riesgo del familismo y clericarismo (o comunitarismos) en la iglesia
Las consecuencia de una visión familista y comunitarista, a nivel eclesiástico, son aún peores. ¿Cómo no pensar en el cierre, la autorreferencialidad, el clericalismo, el intentar a toda costa querer esconder la cabeza en la arena aún frente a tantos escándalos, abusos de poder y más? El querer “proteger” a algunos miembros de su propia comunidad y familia religiosa, quizás con la intención de no armar escándalo o solamente por falta de coraje y paternidad, en realidad no hace más que inflar situaciones ya precarias que al final estallan no sólo provocando un escándalo aún mayor sino algo más peligroso: la pérdida de credibilidad de los hombres de la Iglesia, a pesar de la enorme labor que la misma Iglesia lleva a cabo cada día para el bienestar espiritual y humano de millones de hombres y mujeres en todas partes del mundo.
El papa Francisco, en su discurso del 25 mayo de este año ante la Asamblea General de los obispos italianos, que en su último día de trabajo se extendió también a los responsables laicos del “camino sinodal”, declaró que “a veces se tiene la impresión de que las comunidades religiosas, las curias, las parroquias siguen siendo demasiado autorreferenciales. Parece que se cuela una especie de ‘neoclericalismo defensivo’, algo encubierto, generado por una actitud temerosa, por la queja ante un mundo que ya no nos comprende, por la necesidad de reiterar y hacer sentir su propia influencia”. El papa, pues, considera la autorreferencialidad como una “enfermedad de la Iglesia”, de la que “están afectados obispos, sacerdotes y religiosos, pero ahora lamentablemente también los laicos como consecuencia negativa de su (teórico) enaltecimiento. El clericalismo es una perversión, pero cuando el clericalismo entra en el laicado, es terrible”.
Hacia una mayor «sinodalidad» en la iglesia.
En el mismo discurso que ya mencionamos, el papa instó a escuchar las voces que aún hoy en la Iglesia “son tapadas cuando no silenciadas o ignoradas”, las voces de “aquellos que se sienten inadecuados, tal vez porque tienen trayectorias de vida difíciles o complejas. Y muchas veces son excomulgados a priori”.
Son palabras fuertes que se inscriben en un camino ya trazado por Francisco desde el inicio de su pontificado, el de la lucha contra el clericalismo y el restablecimiento de una mayor sinodalidad en el seno de la Iglesia católica, como ya deseaban sus predecesores, desde Juan XXIII, pasando por Pablo VI hasta Juan Pablo II y Benedicto XVI. Según el papa, este camino sinodal debería producir “comunidades cristianas en las cuales se amplíe el espacio, donde todos puedan sentirse en casa, donde las estructuras y los medios pastorales favorezcan no la creación de pequeños grupos, sino la alegría de ser y sentirse corresponsables”.
¿Pero qué es la sinodalidad? “Sínodo” deriva del griego σύνoδος y es una palabra compuesta por la preposición σύν (syn) y el sustantivo ὁδός (odós), e indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios, unidos, como lo explica San Juan Crisóstomo, por un mismo sentir (ὁμονοία). Se puede traducir en latín como synodus o concilium.
Ya a finales del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, dice papa Francisco que Pablo VI “se había dado cuenta de que la Iglesia en occidente había perdido la sinodalidad”. Sin embargo, esta sinodalidad “no es buscar la opinión de la gente, ni ponerse de acuerdo”, sino perder perder esa autorreferencialidad que siempre es un riesgo en todo grupo social, institución, comunidad.
En este sentido, parece, dice el papa Francisco, que esta autorreferencialidad “es un poco como la teología del espejo: me miro en el espejo, me maquillo, me peino bien… Es una hermosa enfermedad ésta, una hermosa enfermedad que tiene la Iglesia: autorreferencialidad, mi parroquia, mi clase, mi grupo, mi asociación”.
“cultivar el deseo de reconocer al otro en la riqueza de sus carismas y de su singularidad. De este modo, los que todavía luchan por ver reconocida su presencia en la Iglesia, los que no tienen voz, pueden encontrar su lugar”
El derecho de todos a ser escuchados
La visión de la Iglesia del futuro, según papa Francisco, es, pues, la de un hogar, de una familia donde todos, sacerdotes, religiosos y laicos, puedan, según una expresión italiana derivada del yergo eclesiástico, “avere voce in capitolo”, es decir tener el derecho a ser escuchados, como los religiosos cuando tienen su capítulo general. Hay que “cultivar el deseo de reconocer al otro en la riqueza de sus carismas y de su singularidad. De este modo, los que todavía luchan por ver reconocida su presencia en la Iglesia, los que no tienen voz, pueden encontrar su lugar”. Por esta misma razón, se necesitan “comunidades cristianas en las que se amplíe el espacio, donde todos puedan sentirse en casa, donde las estructuras y los medios pastorales favorezcan no la creación de pequeños grupos, sino la alegría de ser y sentirse corresponsables”.
Concluye papa Francisco afirmando que “una Iglesia sinodal lo es porque tiene una viva conciencia de caminar en la historia en compañía del Resucitado, preocupada no por salvaguardarse a sí misma y a sus propios intereses, sino por servir al Evangelio con un estilo de gratuidad y de cuidado, cultivando la libertad y la creatividad propias de quien testimonia la buena noticia del amor de Dios permaneciendo arraigado en lo esencial. Una Iglesia lastrada por las estructuras, la burocracia y el formalismo tendrá dificultades para caminar en la historia, al compás del Espíritu, al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo”.
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