El alma católica de España
25 de mayo de 2024

Unos familiares me dieron la sorpresa de regalarme un voluminoso libro, de casi mil páginas, una adaptación de una tesis doctoral para la Universidad San Dámaso de Madrid, y con una dedicatoria del autor. Se trata de El alma católica de España. El pensamiento del Cardenal Marcelo González Martín (ed. Homo Legens), escrita por el sacerdote y teólogo Gonzalo Pérez-Boccherini.

Marcelo González Martín (1918-2004), arzobispo de Toledo, tuvo un protagonismo destacado en los años finales del franquismo y durante la Transición, aunque, dado su carácter, él nunca lo buscara. En este libro se refleja el cariño de su autor, sus recuerdos infantiles y juveniles derivados de la amistad de don Marcelo con su abuelo, Leopoldo Stampa, y que culminan en la concelebración de una misa, cuando Pérez-Boccherini había sido ordenado sacerdote.

Por otra parte, la lectura de este libro me ha traído el recuerdo de un discurso pronunciado, a mediados de la década de los 80, en Toledo por el cardenal con motivo de la recepción de nuevos miembros en una de las cofradías que procesionan durante la festividad del Corpus en aquella ciudad. Según el relato de un amigo, don Marcelo subrayó que el núcleo de la actividad de los miembros debería de ser la adoración eucarística, porque, en caso contrario, todas las ceremonias se reducirían a “oropel y gloria vana”. Ese mismo don Marcelo es el que se encuentra en el libro de Pérez-Boccherini, que es a la vez una biografía y un repaso a la historia de España, particularmente en los siglos XIX y XX. Se trata de la historia que hoy pocos conocen en profundidad, y a los que tienen noticia de ella se les ha enseñado muchas veces como algo negativo, ajeno al mundo de hoy. Esto puede aplicarse tanto a la historia de España como a la historia de la Iglesia. Es la mentalidad “presentista”, resultado de una deficiente educación en humanidades, con fuertes raíces en un relativismo vital, que reduce el pasado a un “museo” por el que desfilan, como en tantas catedrales, turistas y curiosos sin mentalidad de asombro y ávidos de imágenes fotográficas que casi nunca verán después. En el fondo, es una forma de considerar, como dijo una vez el cardenal, de que España es una nación sin historia ni pasado, algo que parece haber nacido ahora mismo. Pese a todo, don Marcelo no estaba anclado en el pasado, como demuestra una homilía de 1981, en la que se refería a una ciudad de Toledo, marcada por la atonía y la indiferencia, “adormecida en sus glorias antiguas…”

«Se me ocurre definir a don Marcelo como el cardenal de la fidelidad, entendida, ante todo y sobre todo, como fidelidad a Cristo.»

El autor señala que el cardenal tuvo tres amores: Cristo, la Iglesia y España. No los veía como incompatibles, como algunos piensan. Esta percepción le llevaba a considerar que el verdadero motor de la historia es la santidad. Podríamos añadir que quien construye su vida en Cristo, tiene ojos para todos los demás, pues el amor de Cristo ha sido derramado en su corazón. Por eso, don Marcelo aparece en estas páginas como un hombre afable y de trato delicado, pese a las incomprensiones y gratuitas acusaciones, que no pierde nunca el auténtico punto de referencia en Cristo en todos los períodos históricos en que vivió. Era de los que pensaban, según una cita que considero lapidaria, de que “donde hay amistad, hay éxito”. Le llovieron etiquetas, sobre todo durante la Transición, de “ultraconservador” y “nostálgico”, lo que no encaja en los hechos presentados por Pérez-Boccherini. Tuvo sus diferencias con políticos de cada momento, y que intentó superar, incluso en el período en que fue arzobispo de Barcelona, un cargo que no deseaba y que solo aceptó por obediencia a Pablo VI. En concreto, hay una anécdota que me ha dado que pensar: su denuncia en 1950 de la muerte de un hombre en las calles de Valladolid por inanición, incomprensible para él en una sociedad y en un Estado que se proclamaban cristianos. Esta denuncia social le acarreará problemas con las autoridades, pero treinta años después tendrá otros problemas con otras autoridades por su defensa de la ley natural, que no católica, en lo referente a la familia, el aborto o la educación. Era el mismo don Marcelo, un hombre de “afecto, transparencia y rectitud de intención”. Lo que había cambiado era la mentalidad dominante en la sociedad española y en sus políticos.

En ciertos momentos, algunos lectores podrían dejarse llevar por la melancolía, por un preguntarse si las cosas podrían haber sido de otra manera. Estoy seguro de que don Marcelo no habría pensado así, pues tenía esta concepción cristiana de la Historia: “Son las coordenadas humanas en las que el Espíritu Santo se hace presente”. Por lo demás, acertaba el cardenal al considerar que el drama de la cultura actual es la falta de espiritualidad, algo que podría llevar al catolicismo español a la mediocridad, una mediocridad que no es consciente de que sin cultura no hay identidad.

Se me ocurre definir a don Marcelo como el cardenal de la fidelidad, entendida, ante todo y sobre todo, como fidelidad a Cristo. Recordemos la cercanía entre los términos fidelidad y fe, en su raíz latina. Por eso, los que tienen una auténtica fe son capaces de vislumbrar el futuro, llevados por su confianza en Cristo. No cabe mejor conclusión para este libro que las palabras de una homilía del cardenal de 1995 en la clausura de la XVII Asamblea Nacional de la Renovación Carismática Católica: “¡Sembrad, sembrad! ¡Nada de lamentos! ¡Sembrad en todo instante! ¡Predicad a Cristo, hablad de Él! Mostrad su hermosura; decid a todos con los que tengáis alguna relación, que Él quien guía vuestra vida y quien os presenta su doctrina y su amor”.

por Antonio Rubio Plo

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