Damos comienzo hoy a una serie de publicaciones que analizaran de forma detallada y desde diferentes puntos de vista, el tema de Las Raices Cristianas de Europa e Hispanoamérica, una realidad en entredicho por el relativismo y la secularización que impregna la sociedad actual.
Si hacemos un poco de historia, las raíces cristianas de Europa se remontan al Imperio Romano y a la influencia del cristianismo en la formación de la Europa medieval. A partir del siglo IV, el cristianismo comenzó a expandirse de manera significativa cuando el emperador Constantino I legalizó la religión con el Edicto de Milán en 313 d.C. y posteriormente, cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano con el Edicto de Tesalónica en 380 d.C. bajo el emperador Teodosio I.
Con la caída del Imperio Romano de Occidente en el siglo V, el cristianismo se convierte en un elemento unificador para los diversos pueblos y reinos germánicos que surgieron. La conversión de Clodoveo I, rey de los francos, al cristianismo en el año 496, marcó un hito importante.
Durante la Edad Media, la Iglesia Católica se consolidó como una institución representativa en términos religiosos, políticos y culturales. Monasterios y catedrales se convirtieron en centros de aprendizaje y preservación del conocimiento. La evangelización de los pueblos se extendió alcanzando a germánicos, celtas, eslavos y nórdicos y continuó a lo largo de los siglos.
Las cruzadas (siglos XI-XIII) y la Reconquista en la península ibérica también reflejan la importancia del cristianismo como motor de la identidad europea. La Edad Media fue testigo de la proliferación de universidades, en su mayoría fundadas por la Iglesia, y a la aparición de la filosofía escolástica, que buscaba armonizar la fe cristiana con la razón y la filosofía clásica.
La Reforma Protestante en el siglo XVI fragmentó la unidad cristiana de Europa, pero también dio lugar a una diversidad de tradiciones cristianas que influyeron en la ética de trabajo, la educación y la política. Incluso en la modernidad y la Ilustración, donde el secularismo comenzó a ganar terreno, las raíces cristianas continuaron influyendo en los valores y las estructuras sociales europeas.
En el arte y la cultura, el cristianismo dejó una profunda huella, visible en la arquitectura gótica de las catedrales, en la música sacra, y en la literatura teológica. Durante el Renacimiento, aunque hubo una renovación del interés por la cultura clásica, el cristianismo continuó teniendo una influencia marcada. Así, por encima del mosaico de lenguas, tradiciones y costumbres diversas que componen Europa, hay un elemento unificador en todo el continente, que es precisamente el cristianismo.
Esta herencia cultural cristiana es también audible: desde el canto gregoriano hasta el dodecafónico Krisztof Penderecky, o las obras de Arvo Pärt, pasando por las pasiones y cantatas de Bach, el Mesías de Händel, la polifonía de Palestrina, Tomás Luis de Vitoria, la música de Mahler, de César Franck, de Messianen, de Bruckner, etc. ¿Qué sería de la historia de la música europea si se quitara la producción religiosa? Quedaría diezmada, pues es una música impregnada en gran medida de espiritualidad cristiana.
«el impulso vital hacia lo divino, hacia la trascendencia, con el factor de superación que esto supone, y el ejemplo de la vida y el mensaje de Jesús, que quedará como paradigma definitivo de lo humano. Son elementos esenciales de la cultura cristiana, que se ha transmitido a la europea.»
Y esa herencia cristiana es también legible en las grandes obras literarias de Europa, que tienen un gran fondo religioso: la Divina Comedia, los Milagros de Nuestra Señora, El Paraíso Perdido, el Quijote, las obras de Shakesperare, y muchas más. Recordemos que la Biblia fue el primer libro impreso. Y esto no solo en el pasado: gran parte de la literatura europea moderna no se entienden sin el trasfondo cultural cristiano, como mostró el interesante estudio de Charles Moeller, en Literatura del siglo XX y cristianismo. En este sentido, la cultura europea es cristiana, lo diga o no la Constitución de la Unión Europea.
Pero más allá de estas producciones culturales, el cristianismo ha impregnado la cultura europea de unos grandes valores que le han dado vida y una enorme repercusión e incidencia. Ante todo, la fe en un solo Dios, concebido como Padre, es decir como bondad y misericordia hacia el hombre, con la consiguiente desmitologización de la naturaleza y sus fuerzas, que pueden ser estudiadas y utilizadas por el hombre.
La superioridad cualitativa de Dios sobre todo lo material; el componente espiritual de la persona humana, creado a imagen y semejanza de Dios, y por ello, su dignidad inalienable, que le convierte en un fin en sí mismo y no en un instrumento manipulable. La valoración positiva de la materia como buena y puesta al servicio del hombre. El sentido lineal e irreversible del tiempo y, por consiguiente, de la historia; y, sobre todo, el libre albedrío humano no sometido a ningún destino inexorable y, en consecuencia, la responsabilidad de cada hombre, por sus actos, ante esta vida y ante la vida eterna.
La igualdad esencial de todos los seres humanos, como hijos de Dios que son, y de ahí el amor mutuo como solidaridad con todos, especialmente con “los más pequeños” y necesitados (Mt 25, 40.45). La aceptación (hoy controvertida) de una ley natural, que fundamenta toda otra regla moral. La desmitificación del poder político, separando la esfera civil de la religiosa (“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” Lc 20, 25), con la consiguiente libertad de conciencia.
En síntesis, el impulso vital hacia lo divino, hacia la trascendencia, con el factor de superación que esto supone, y el ejemplo de la vida y el mensaje de Jesús, que quedará como paradigma definitivo de lo humano. Son elementos esenciales de la cultura cristiana, que se ha transmitido a la europea.
De manera podemos decir que los valores laicos sobre los que se funda la Unión Europea y que se recogen en su Constitución (la dignidad humana, la libertad, la democracia, el Estado de derecho, el respeto a los derechos humanos, la tolerancia, la justicia y la solidaridad) son, una herencia cristiana, pues no hacen sino llevar a un plano racional lo que es cristiano y está en el cristianismo, aunque se empeñen en secularizarlos.
Universidad Católica de Valencia.
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