Nuestro Señor Jesucristo les dijo a Sus apóstoles, vayan y prediquen por todo el mundo, bautizando y enseñando que deben observar todo lo que yo les he enseñado.
El Bautismo es esencial porque es el medio por el cual nos hemos injertado en la Vida de Cristo y de Su Iglesia y nuestra comunión con Él tiene un propósito: nos permite dirigir nuestra vida, mente y corazón hacia una vida humanamente perfecta. Si no lo hacemos así, entonces no entendemos que Nuestro Señor no solamente vino para perdonar nuestros pecados y abrirnos las puertas del Cielo, sino para que compartamos Su vida divina aquí en la Tierra, antes de tenerla para toda la Eternidad.
Muchas personas hemos olvidado que esa vida en abundancia puede ser dañada por el pecado y el error, aunque éste haya sido involuntario. Es decir, pudimos haber causado un daño sin haberlo querido, pero de todos modos trajo consigo las consecuencias naturales.
Lo primero que debemos hacer es reconocer que el enorme sufrimiento causado hacia nosotros mismos y hacia el prójimo, haya sido sin conocimiento de causa o mediante una acción deliberada, provoca un mal y a veces hasta fatales consecuencias. Al contemplar a Cristo clavado en una Cruz, pensemos que Él nos ha pedido que no hagamos de nuestra vida y la de otros un constante sufrimiento, aunque haya sido causado por ignorancia o por error.
Respecto a lo que Cristo vino a encomendarnos, en la cultura actual de manera creciente se ha vuelto difícil hablar sobre la verdad. Se nos ha estado adoctrinando que la libertad y la autonomía fortalecen y acrecientan nuestra propia identidad, así como el significado y la meta de nuestra vida.
Proclamar que una verdad que va más allá de la opinión de otras personas se considera un “crimen de odio”. Oponerse a políticas que muchas veces están asociadas al mal es ser “intolerante”. Como lo hemos citado frecuentemente, bajo la dictadura del relativismo esa oposición menoscaba la libertad de otros.
Muchas otras personas, incluidos los cristianos, reemplazan las enseñanzas dadas por Cristo Jesús a cambio de una conciencia muy particular.
La misión de la Iglesia es proclamar que Cristo Nuestro Señor es Dios y que quiso encarnarse para enseñaros la Verdad, invitándonos además a que compartamos Su vida mediante una continua conversión al vivir de acuerdo a Su palabra. Esa conversión no solamente nos aleja del pecado, sino que también nos libra de cometer errores, aunque hayan sido totalmente involuntarios. Una auténtica conversión nos indica el camino a la verdad y a obedecer Sus mandatos.
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