En nuestra “cultura” de hoy hemos aceptado la idea de consumir todo, de tener distracciones que nos impiden ver las cosas valiosas de la vida y todo lo que nos anestesia para evitar que proclamemos sin miedo la Verdad que Cristo predicó (hemos entrecomillado a propósito la palabra cultura debido a que, en realidad, todo lo señalado más bien está impregnado de anti-cultura).
Aparte de ello, las tentaciones (que se nos han presentado desde los tiempos inmemoriales del Jardín del Edén) impiden todo crecimiento espiritual. Ello nos induce a ser meros apetitos materiales, Además de que todo lo arriba señalado nos impide ver la belleza – la verdadera belleza.
Podemos poner algunos ejemplos. Las ciencias sociales de hoy nos vuelven seres puramente estadísticos y robotizados y está implícito en nuestra naturaleza humana que deseamos más de lo que la vida nos puede dar y sentir que algo más elevado puede ser posible.
Todo lo explicado no es sencillo de entender por el mundo social cultural que nos rodea en estos tiempos tan calamitosos. Los agentes al servicio del mal nos han acosado con cientos de cosas que niegan a Dios o que, teniendo conciencia que Él existe, lo atacan sistemáticamente.
Hay algo peor, nuestro silencio. El temor a decir las cosas como son por no ser perseguidos, anatemizados, castigados o condenados. El más claro ejemplo de ello es que se han creado leyes en países que hace mucho tiempo eran cristianos, y donde ahora se nos pueden imponer multas y años en prisión por cometer “crímenes de odio”, es decir por criticar la idea que se nos quiere imponer respecto a que algunos hombres, que genéticamente han nacido como tales, se “sienten” mujeres, o viceversa.
Es por ello necesario que volvamos a referirnos a la belleza – la verdadera belleza – y nada supera la Belleza de Dios. Cierto autor que escribe sobre el particular, nos dice que la verdadera belleza nos conecta a las realidades que no pueden ser modificadas. En cierto sentido – añade – vuelve a ser sagrado lo que siempre lo ha sido y siempre lo será.
El temor a decir las cosas como son por no ser perseguidos, anatemizados, castigados o condenados.
La antítesis de la belleza, que es la fealdad, reduce nuestro espíritu e incrementa la dureza de nuestro corazón y por lo tanto no podemos contemplar a Dios.
La “culturización” de hoy en día, está sujeta a las reglas de los que tienen el poder político y/o económico. Los que quieren dictar la manera cómo debemos actuar y, peor aún, lo que debemos pensar y, como se dice líneas arriba, nosotros guardamos silencio.
Un ejemplo más lo tenemos en el “arte” de hoy en día. Nos referimos principalmente a la música, la pintura y la literatura. En el lenguaje y la música la tendencia de nuestro tiempo es decir las cosas de forma soez y negativa. En cuanto a la pintura, se nos presentan imágenes que también son de muy mal gusto e inclusive profanas. De nuevo, “todo es relativo”.
La antítesis de la belleza, que es la fealdad, reduce nuestro espíritu e incrementa la dureza de nuestro corazón y por lo tanto no podemos contemplar a Dios.
Pero está en nuestra naturaleza querer más de lo que la vida nos ofrece, el sentido de que es posible aspirar a algo más elevado de lo que es posible y, sobre todo, incomparablemente más valioso.
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