Contemplando un crucifijo

Mirarán al que traspasaron (Zac 12,10)

Dice el autor de esta reflexión:

Estaba yo contemplando con asombro y detenimiento un crucifijo de tamaño natural… y meditaba.

Lo primero que llamó mi atención fue contemplar a Dios hecho Hombre con dos clavos que traspasaron cada una de Sus manos y otro que traspasó sus pies.

De la cabeza seguían brotando unas gotas de sangre por las crueles espinas que ciñeron Su cabeza, simulando una corona que, desde luego, es mucho más valiosa que las coronas de oro que han llevado reyes y emperadores en sus días de gloria.

Fluía también de Su costado sangre mezclada con agua, producto de una lanza que traspasó Su corazón que es Amor y Misericordia.

Lo que impresionó más mi pensamiento fue ver esa figura ya inerte, el autor de la vida de momento ya sin vida. Poco antes había exhalado Sus últimas palabras, en medio de semejante tormento, pidiendo al Padre que nos perdonara por no saber lo que estábamos haciendo.

Necesidad de la conversión

Mirando y reflexionando sobre ese hermoso crucifijo, recordé que en la ciudad de Roma hay un museo donde también se puede contemplar una de las obras cinceladas por uno de los genios más grandes del Renacimiento Italiano, escultura también de tamaño natural que se conoce como “La Piedad”.
En ella está Jesús, Quien ya había sido bajado de la Cruz y se hallaba en los brazos de María, Su amadísima Madre.
Me pareció increíble que esa Madre todavía tuviera lágrimas que verter. Pero, sí las tuvo para enjugar y limpiar el rostro ensangrentado de su Hijo.
Esa obra escultórica tiene un nombre bastante adecuado. Contemplarla nos mueve a piedad y a gritar con la voz más potente que podamos emitir: perdón, Señor. Perdón, Madre mía.