El anhelo

Muchas veces Nuestro Señor Jesucristo hablaba de Su Padre y solamente se dedicó a cumplir Su Voluntad, incluso aceptando una dolorosísima pasión y una cruel muerte en la cruz.

Nada de lo que Cristo hacía era ajeno a lo que el Padre le había encomendado y, por lo tanto, Él solamente vivió para obedecer al Padre y para amarnos y darnos Su Paz.

Como sabemos, Nuestro Señor se ofreció a Sí mismo como víctima por nuestros pecados y se quiso quedar para siempre con nosotros en cuerpo, sangre, alma y divinidad por medio de la Sagrada Eucaristía.

Nosotros también debemos de tener esos mismos anhelos, amor y paz que solamente comiendo Su Cuerpo y Bebiendo Su sangre podemos conseguir.

Por lo tanto, vivir sin paz y sin felicidad, nos es vivir a profundidad nuestra fe católica.

Necesitamos tener el anhelo de reconocer y amar a Dios. El Amor de Dios, transmitido a Su Hijo y, derivado de ello, transmitido a todos y cada uno de nosotros, definitivamente nos da alegría y paz.

Por lo tanto, vivir sin paz y sin felicidad, nos es vivir a profundidad nuestra fe católica.

Porque nuestro catolicismo se demuestra dando ejemplo para transmitirlo a nuestro prójimo, el que está cerca y el que está lejano y así los no creyentes puedan repetir las palabras de los que vivieron en el inicio del cristianismo: “Mirad cómo se aman los unos a los otros”.

Ese testimonio convirtió a miles de personas al cristianismo y debe seguir haciendo lo mismo 20 siglos después.

Pensemos brevemente en lo que sucede si no obramos como Dios quiere de nosotros.

No damos testimonio alguno, no somos testigos de lo que Cristo proclama a través de Su palabra. Además de que los no creyentes – y aun aquellos que creen pero que no forman parte de nuestra Iglesia – dirán de nosotros que somos unos verdaderos hipócritas, o por lo menos – se dijo en un tema del pasado – no somos congruentes.