Un famoso escritor francés de inicios del Siglo XIX escribió una formidable obra llamada “El Genio del Cristianismo”. Haciendo una síntesis de esa obra, se nos da a conocer que nunca, en ningún hecho de la civilización – filosofía, doctrina, Leyes, descubrimientos científicos, etc. – se habían transformado tanto los conceptos, tan arraigados en el corazón del hombre como en el cristianismo.
Siempre que se lucha en nombre de la libertad, siempre que se reclama la justicia social para todos, aun la igualdad fundamental del hombre y la mujer, se ha dado un testimonio igual al que dio Cristo y en su doctrina que el cristianismo se inspira. Fue desde los inicios del cristianismo donde se presentaron los acontecimientos más relevantes que dieron paso – que crearon – la mejor manera en la que el hombre pueda trabajar en su hacer y quehacer.
Al inicio, conforme al Mandato de Nuestro Señor Jesucristo y por oba del Espíritu Santo, la evangelización fue esparciéndose primero a lo largo del Mediterráneo y el llamado Oriente Medio, para después hacerlo por la parte central y norte de Europa, el continente americano y finalmente el africano.
Como en todo acontecer humano, no faltaron disidencias, modos de pensar contrarios a la predica de Cristo y hasta separaciones. Uno de esos ejemplos lo tenemos en la separación de la Iglesia oriental (la fe ortodoxa) de la Occidental (la fe católica). Excepto porque los ortodoxos solamente reconocen al Papa como el Obispo de Roma, “uno igual entre iguales”, en todo lo demás tienen “una misma Fe y un mismo Bautismo”.
Los primeros Padres y Doctores de la Iglesia en gran medida dieron a conocer la belleza y profundidad de nuestra Fe. A esto hay que agregar la fundación de diversas comunidades religiosas y de Universidades. También se comenzaron a construir capillas, Iglesias y enormes catedrales que aún podemos admirar en nuestros días.
Como en todo acontecer humano, no faltaron disidencias, modos de pensar contrarios a la predica de Cristo y hasta separaciones. Uno de esos ejemplos lo tenemos en la separación de la Iglesia oriental (la fe ortodoxa) de la Occidental (la fe católica). Excepto porque los ortodoxos solamente reconocen al Papa como el Obispo de Roma, “uno igual entre iguales”, en todo lo demás tienen “una misma Fe y un mismo Bautismo”.
A pesar de que en estos tiempos siguen existiendo diferentes modos de “ver al cristianismo”, nuestra Fe católica sigue impregnando el mundo en que vivimos. Los conceptos mencionados al inicio de este tema, solamente se dieron a partir de la consolidación del cristianismo. Ningún otro acontecimiento pudo haber logrado que se cumplieran esos factores, mismos que, en verdad, liberan al hombre de sus prejuicios y contradicciones.
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