La inteligencia humana

El autor de un formidable artículo, en una de las plataformas de la “Internet”, nos dice que normalmente vivimos de dos maneras diferentes. Una, encerrados en envolturas que nos impiden operar nuestros sentidos. La otra, demasiadas cosas que “nos bombardean”, trastocando precisamente los sentidos. Obviamente debemos vivir con una tercera opción – la mejor – que consiste en usar nuestra inteligencia para discernir lo que es bueno y lo que es malo para cada uno de nosotros.

Pero antes de proseguir, el mejor ejemplo del intento por “llenarnos de tantas cosas”, muchas de ellas negativas, es ver o escuchar todo lo que percibimos, principalmente a través de los poderosos medios de comunicación (a lo cual ya nos hemos referido en anteriores temas).

Es el caso de la difusión tan amplia que se ha dado últimamente a la separación de una pareja sentimental (un deportista y una cantante), pero muy poco o casi nada se ha tratado sobre el terrible drama que sufrieron muchísimas personas, que fueron asesinadas o severamente lesionadas en una iglesia católica de un país africano, apenas en la Festividad de Pentecostés.

Utilicemos la inteligencia que Dios, en un acto deliberado de amor y no por casualidad, nos ha dado. Para construir puentes y no barreras, para someter nuestras pasiones y teniendo dominio sobre nosotros mismos.

La tecnología y la ciencia han progresado aceleradamente, pero, siendo obra de personas, aún se encuentran muy limitadas.

Incluso creyendo como católicos que hay una vida después de la que actualmente tenemos, por ser precisamente criaturas limitadas, también tenemos un limitado uso de nuestros sentidos.

Con todo ello, es importante considerar que debemos aprovecharlos para procurar el bien, sin “envolturas”, ni “excesos”, como se indica en los párrafos iniciales de este tema.

Comencemos entonces por considerar que Dios nos proporcionó la inteligencia, misma que se puede usar para el bien… y desafortunadamente también para el mal. Esa inteligencia debe estar por encima de nuestros sentidos para que, con ello, podamos razonar qué es lo que debemos aceptar o lo que debemos rechazar.

El autor de referencia nos dice también que fuera del “envoltorio” podemos entender nuestra vida natural, nuestras fortalezas, pero también nuestras debilidades y mucho nos ayuda que podamos experimentar las cosas por medio de la fe.

Afortunadamente, las palabras no solo reflejan nuestras deficiencias, sino también nuestra grandeza como personas que poseemos – además de los sentidos – un alma.