La Sagrada Escritura nos dice que Dios creó al hombre como un ser libre. Él fue quien al principio hizo al hombre, y le dejó en manos de su propio albedrío.
La Iglesia considera que la libertad «es signo eminente de la imagen divina en el hombre». Y a la vez nos enseña por qué y para qué se nos dio la libertad: «Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y
bienaventurada perfección»
Para que los hombres puedan adherirse libremente a Dios, como dice la constitución Gaudium et spes, es necesario que los hombres sean libres, es decir, capaces de conocer y de afirmar autónomamente el bien.
La libertad de elección o libertad psicológica significa la ausencia de necesidad interna para elegir una cosa u otra; no se refiere ya a la posibilidad de hacer, sino a la de decidir autónomamente.
La libertad de coacción es la que goza la persona que puede realizar externamente lo que ha decidido hacer, sin imposición o impedimentos de agentes externos.
La libertad moral es la libertad de que goza la persona que no está esclavizada por las malas pasiones, por los vicios o por el pecado.
La esencia de la libertad es la adhesión al bien, es decir, el amor del bien, que es el acto por excelencia de la libertad. Libertad y amor están unidos: no hay amor
verdadero que no sea libre, ni verdadera libertad que no se ejercite como amor hacia algo o hacia alguien.
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