La prudencia

Algunos autores dicen que la prudencia es la madre de todas las virtudes. Eso es una gran verdad cuando la vemos desde la perspectiva que tuvo de ella Nuestro Señor Jesucristo.

Cuando la situamos dentro de un contexto Cristiano, nos damos cuenta de la forma como Cristo reacciona y actúa en el mundo por lo que, aprendiendo de Él, podemos movernos en Su misma dirección.

Los teólogos nos dicen que la prudencia guía nuestras vidas hacia una vida de perfección, humanamente hablando, pues ordena nuestro interior y nos dirige a ver con mayor sabiduría los quehaceres de este mundo

Así, santo Tomas de Aquino escribe que la prudencia nos permite ver las circunstancias y las consecuencias que pueden acarrear a futuro nuestras acciones cuando nos dejamos guiar por ella y sin duda, la forma de hacerlo es con la inteligencia. Esa virtud moral permite además que usemos la previsión y la circunspección, pensar antes de obrar. Haciéndolo de esta forma, podemos evitar conflictos y discusiones estériles que no llevan a ningún lado. Debemos emplearla en todos los niveles, en lo social y en lo individual. Por ejemplo, dentro de nuestra propia familia. La prudencia nos impide establecer una discusión con la esposa o el esposo que solamente nos puede llevar a un distanciamiento o un rencor hacia la persona que juramos amar cuando recibimos el Sacramento del Matrimonio. De igual forma, la prudencia nos hace educar a nuestros hijos en los altos valores cristianos, sin que exista una violenta imposición de esos valores.

La prudencia nos indica además que nuestro natural instinto moral interviene en muchos casos para tomar una acertada decisión en lo que respecta a lo que es bueno y lo que es malo. En la medida que la usemos para amar y servir a Dios, la prudencia actuará principalmente en la esfera de lo sobrenatural, para discernir qué actos debemos realizar, para demostrar que verdaderamente lo amamos, con hechos, no con palabras.