
Desde luego que hay personas buenas en todo el mundo, profesen la religión cristiana o cualquier otra denominación. Inclusive hay personas – llamadas altruistas – que no profesan religión alguna. Pero, como se ha dicho varias veces, el catolicismo nos distingue y nos hace ser no tan solo buenas sino excelentes personas.
Estas personas dan gracias a Dios en cuanto sale el sol, saludan con amor cada nuevo día; están alegres, activas y optimistas; hablan poco y con sencillez; no hablan mal de nadie; elogian, estimulan y sirven sin interés, tienen para los demás un buen deseo; no hablan de sí mismos, saben perdonar, no maldicen, no mienten, no engañan, no exageran, ni tergiversan las cosas. Estas personas procuran ser pacientes y humildes; hacen algo por la felicidad de otros, conceden la razón y no disputan; reconocen sus errores y sus limitaciones; no se creen sabios ni poderosos, ni mejores que los demás; no humillan, no acusan, ni subestiman, ni censuran la moral ajena.
Son además sinceras, leales y agradecidas; no revelan secretos ni propios ni ajenos; no ridiculizan, ni maltratan; saben mirar y sonreír como los niños; no ponen acechanzas ni subyugan, no gritan ni amenazan; saben usar sus manos solo para aliviar, enseñar y bendecir. Tienen la capacidad de compartir su vida con los demás. Son gente honesta, tanto en las palabras como en los hechos; son sinceros y compasivos, y siempre se aseguran de que el amor forme parte de todas las cosas que hacen. Así, también tienen la capacidad de brindarse a los demás y ayudarlos frente a los cambios que enfrentan en la vida. No temen mostrarse vulnerables; creen en su singularidad y están orgullosos de ser lo que son.
No revelan secretos ni propios ni ajenos; no ridiculizan, ni maltratan; saben mirar y sonreír como los niños; no ponen acechanzas ni subyugan, no gritan ni amenazan; saben usar sus manos solo para aliviar, enseñar y
bendecir.
Estas personas se permiten el placer de acercarse a los demás y preocuparse por su felicidad. Han llegado a comprender que es el amor lo que marca toda la diferencia en la vida. Los seres que son excelentes personas no pregonan todo lo que saben; aprecian a los demás y cuanto estos hacen, no son avaros ni envidiosos; actúan con serenidad y con decoro; se adaptan a todo y a todos, no hacen chismes, saben callar y no se meten nunca en vidas ajenas; aman a su cónyuge y son fieles; en la prosperidad no se envanecen, y la desgracia no los abate, porque saben hacer la voluntad del Padre, cualquiera sea la idea que tengan de Él.
Como podemos concluir, estas personas son las que viven conforme a lo predicado y aconsejado por Cristo Nuestro Señor. En pocas palabras, viven en santidad, porque finalmente a ser santos y santas hemos sido llamados.

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