Ninguna persona, desde la creación del Mundo, ha pedido nacer.
Eso es un don y un regalo que Dios nos da por simple Amor.
Pero, como se ha mencionado en pasados temas, a cada uno de Sus criaturas les ha dado también otro regalo, el de la libertad, o el libre albedrio. Es decir, la capacidad que tenemos para escoger el bien o el mal, o para para aceptar a Dios o rechazarlo.
Durante el transcurso de una existencia, corta o larga, solemos caminar por esos senderos que nos parecen insondables y que, por un lado, a derecha e izquierda encontramos flores maravillosas con perfumes exquisitos y, por otro lado, zarzas y espinas.
En ocasiones, adelante se nos presentan caminos bifurcados que, en un momento dado, no sabemos escoger. Sin embargo, hay señales que nos indican que unos son caminos peligros que nos pueden conducir a caer en barrancos negros y profundos, pero igualmente hay señales que nos indican que hay otros caminos que podemos recorrer sin temor y con la certeza de que nos pueden llevar a una feliz meta.
Algunos seres se encuentran en cierta etapa de su caminar con un compañero o una compañera a la que se unirán en matrimonio y procrearán una familia. Como esposos, seguramente les enseñarán a sus hijos que también ellos tienen que aprender a caminar por los caminos de la vida. Los acompañarán durante cierto trayecto y después tendrán que dejarlos solos en su propio caminar.
Ninguna persona, desde la creación del Mundo, ha pedido nacer.
Desafortunadamente, puede suceder que él o ella decidan caminar por esos senderos alejados el uno del otro, o simplemente abandonan el camino que durante un tiempo recorrieron juntos y ahora cada quien ha tomado un distinto sendero. Es aquí donde se equivocaron de ruta, como lo indicábamos líneas arriba.
Para finalizar (aunque como siempre este tema es inagotable) citemos lo que nos dice San Pablo en su Epístola a los Filipenses
(Capitulo Tres): “Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo, pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y fijándome en lo que está adelante”, para luego agregar: “Hermanos, yo sé muy bien que todavía no he alcanzado la meta; pero he decidido no fijarme en lo que ya he recorrido, sino que ahora me concentro en lo que me falta por recorrer. Así que sigo adelante, hacia la meta, para llevarme el premio que Dios nos llama a recibir por medio de Jesucristo”.
Mientras Dios no disponga de otra cosa, sigamos caminando.
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