Los colores

Hay un pequeño juguete que consiste de un disco redondo de papel, pegado sobre cartón o madera, dividido en siete sectores, cada uno de ellos para cada color.

Cuando se hace girar rápidamente el disco, el resultado visual es que solamente se ve el blanco pues el blanco es la suma de los siete colores,

 Eso ha de ser la vida cristiana, nuestra vida: una unidad fuerte y profunda, fruto de la suma de todos tus «colores» (dones, capacidades, dimensiones vitales), que se logra al hacer girar todo lo que eres y haces cada día alrededor de un único eje, que ha de ser Jesucristo. Con ello, experimentaremos una gran plenitud interior. Así se reflejará siempre en nuestras vidas el color blanco, que es el color de la santidad, de la plenitud: el color de Dios.

Empecemos por creer en Jesucristo de verdad. No un poco, ni sólo como algo entre varias cosas igual de importantes. Él ha de ser amado con todo nuestro ser.

 En oposición, el negro no es un color sino la ausencia de todo color.

Anteriormente – ignoro si todavía sucede en la actualidad – las personas que asistían a un velorio o a un funeral se vestían de negro, en señal del dolor y sufrimiento por la pérdida de un ser querido. Inclusive – principalmente una viuda – seguía vestida de negro durante equis cantidad de tiempo.

Obviamente no hacemos ninguna comparación entre lo expresado en estas últimas líneas y lo que citamos a continuación: se dice que no en balde una persona cruel y malvada tiene el alma negra.

Entonces procuremos revestir de blanco a nuestra alma y para ello debemos adquirir un compromiso. Para entender ese compromiso, en resumen, empecemos por creer en Jesucristo de verdad. No un poco, ni sólo como algo entre varias cosas igual de importantes. Él ha de ser amado con todo nuestro ser, como lo único realmente importante, como lo que da sentido a todo lo demás: nuestras ocupaciones, ilusiones, intereses y deseos. Pues, en definitiva, ¿quiénes somos sin Dios? ¿Cómo podemos dar un significado pleno y valioso a nuestras vidas sin colocar en el centro a Aquél que ha querido que existamos? ¿A Aquél que murió por nosotros?