Causas
Uno de los grandes problemas de la Iglesia Católica en las últimas décadas y que explica buena parte de la secularización de Occidente ha sido el arrinconamiento de la confesión. Durante mucho tiempo se ha quitado importancia a este sacramento y los sacerdotes abandonaron los confesionarios. Como consecuencia, muchos católicos siguieron a sus pastores y, al percibirlo como algo secundario, dejaron de confesarse.
Todavía hoy existe un grave problema con un sacramento central, pues es común ir a una iglesia y no encontrar un confesor. ¿Los sacerdotes no confiesan porque nadie acude o los fieles no van porque no hay curas confesando? Será una cosa o la otra, o una mezcla de las dos.
Hay varias causas de por qué los fieles no van a confesarse:
-Están los que creen que la confesión implica admitir que son muy malas personas que han hecho cosas horribles.
-Los hay que piensan que la confesión regular significa pensar constantemente en los pecados cometidos, recordando así todo el tiempo en qué han fallado.
– Muchos católicos rechazan la idea de desnudar su alma por miedo a abrirse y a ser juzgadas o castigadas de alguna manera.
Todavía hoy existe un grave problema con un sacramento central, pues es común ir a una iglesia y no encontrar un confesor.
Bondad fundamental del hombre y realidad del pecado
Respondiendo a la primera de las posibilidades, se recuerda que “para aquellos que temen que la confesión les obligue a juzgarse a sí mismos como personas muy malas, necesitamos aclarar la naturaleza compleja de los seres humanos y cómo nos ve el Padre. El Padre nos ama como a sus hijos porque somos esencialmente buenos. Jesús mismo nos recuerda nuestro valor como hijos de Dios.
Poseemos una bondad fundamental como parte de nuestra naturaleza, por el mero hecho de que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Al mismo tiempo, también somos pecadores. Como resultado del pecado original, nuestra naturaleza ha sido herida y nos inclinamos hacia el mal y el pecado”.
Con respecto a la posibilidad de que la confesión implica obsesionarse y pensar en todo momento en los pecados, se insiste en que si así fuera viviríamos una “obsesión por nosotros mismos y nos desanimaríamos todo el tiempo. Debemos confesar nuestros pecados y dárselos a Jesús, luego enfocarnos en Su amor, misericordia y perdón. Quizás por esta razón la Iglesia ‘renombró’ la confesión como el sacramento de la ‘reconciliación’, para enfatizar este mismo punto: nuestro enfoque no está en nuestros pecados, sino en reconciliarnos con Dios y recibir Su misericordia”.
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