Superhéroes y pedagogía cristiana
Antonio R. Rubio Plo - Expertos EWTN

Conozco desde hace algún tiempo al profesor de religión, Víctor Alvarado, y atestiguo que es una de las personas de mayor cultura cinematográfica que cabe imaginar. Pero su pasión por el cine, tanto el clásico como el actual, se hace extensiva a otros géneros que guardan relación con el séptimo arte, como es el caso de los cómics. Por eso, dedica en sus escritos y sus trabajos en las redes una especial atención a los superhéroes, que tanto atraen a muchos jóvenes de hoy. Recuerdo hace unos años haber escuchado descalificaciones de los superhéroes tras relacionarlos inexorablemente con el superhombre de Nietzsche o con un mundo moldeado por la ciencia y la técnica en que Dios está ausente. Sin embargo, ese juicio nunca me ha parecido adecuado porque en el ADN de los superhéroes está su misión de salvar al mundo del mal, mientras que el superhombre nietzscheano no tiene inconveniente en ejercer el mal en su afán de voluntad de poder. El perdón, la fe, el sacrificio o la esperanza, presentes en los relatos de superhéroes, no encuentran cabida en quien es capaz de hacer cualquier cosa por el poder.

Por eso, me ha llamado la atención, y lo he recomendado a algunos amigos, el primer libro de Alvarado, La fe, la ética y los valores de los superhéroes (Ed. PPC), una obra, a la vez descriptiva y práctica. Puede ser un buen instrumento para profesores de religión que sean lo suficientemente atrevidos para hacer reflexionar a sus alumnos sobre los valores subyacentes en las historias y películas de superhéroes. Esto supone ponerse al nivel de muchos alumnos y ayudarles a que saquen a la luz unas conclusiones que no habrían sabido extraer por sí mismos. Una vez más se demuestra que el mejor profesor suele ser el que practica el método de la mayéutica de Sócrates.

 

“Una buena guía cinematográfica, humanística y pedagógica. Un libro en el que los héroes no quieren ser solitarios ni antihéroes porque son altruistas y han llegado para salvar al mundo.»

Víctor Alvarado sabe buscar la trascendencia en la treintena de superhéroes que presenta en su libro, y lo hace porque tiene una de las capacidades del buen escritor: la de saber relacionar, y lo hace con la Biblia o la Doctrina Social de la Iglesia, pero nunca de una manera forzada o artificial. Cuando las raíces existen, tarde o temprano terminan por salir a la superficie. Además, hay algo que es evidente: los superhéroes son de origen estadounidense. En los orígenes y la cultura de Estados Unidos están las creencias judeocristianas, que se resisten a desaparecer y no aceptan el relativismo individualista del mundo posmoderno. De ahí que el autor del libro pueda encontrar infinidad de huellas de valores judeocristianos en las historias de superhéroes. Como bien dice el crítico Juan Orellana, Alvarado “pasa de la viñeta a la metafísica, y del dibujo a la teología”. Añado, por mi parte, que Alvarado, miembro del Círculo de Escritores Cinematográficos, tiene el mérito de intuir y valorar lo que hay detrás de una historia que a otros les parecería superficial y efectista. Estas personas tampoco serían capaces de entender que detrás de muchas obras maestras del western o del cine negro, está la influencia de las tragedias griegas o de Shakespeare.

A lo largo de este libro descubriremos, entre otras cosas, que Superman no es un héroe nietzscheano, sino que es capaz de salvar a la humanidad por amor o que tiene la sencillez de los verdaderos héroes, los que están presentes donde se les necesita. Apreciaremos el cristianismo cultural de un Batman, en cuyas historias no falta la compasión por los más débiles. Con Spiderman podremos descubrir que nuestros talentos deben de estar al servicio de los demás. Además, nos sorprenderemos de encontrar referencias explícitas como las del padre de Daredevil, capaz de llevar a su hijo a la iglesia e invitarle a la oración. No faltará tampoco el dualismo de algunos superhéroes, en perpetua lucha contra el mal dentro de ellos mismos, como el increíble Hulk, nueva versión de Jekyll y Hyde, o Iron Man, atormentado por el alcohol, pero hombre con un alto sentido de la ética.

Una buena guía cinematográfica, humanística y pedagógica. Un libro en el que los héroes no quieren ser solitarios ni antihéroes porque son altruistas y han llegado para salvar al mundo.

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El alma católica de España
Antonio R. Rubio Plo - Expertos EWTN

Unos familiares me dieron la sorpresa de regalarme un voluminoso libro, de casi mil páginas, una adaptación de una tesis doctoral para la Universidad San Dámaso de Madrid, y con una dedicatoria del autor. Se trata de El alma católica de España. El pensamiento del Cardenal Marcelo González Martín (ed. Homo Legens), escrita por el sacerdote y teólogo Gonzalo Pérez-Boccherini.

Marcelo González Martín (1918-2004), arzobispo de Toledo, tuvo un protagonismo destacado en los años finales del franquismo y durante la Transición, aunque, dado su carácter, él nunca lo buscara. En este libro se refleja el cariño de su autor, sus recuerdos infantiles y juveniles derivados de la amistad de don Marcelo con su abuelo, Leopoldo Stampa, y que culminan en la concelebración de una misa, cuando Pérez-Boccherini había sido ordenado sacerdote.

Por otra parte, la lectura de este libro me ha traído el recuerdo de un discurso pronunciado, a mediados de la década de los 80, en Toledo por el cardenal con motivo de la recepción de nuevos miembros en una de las cofradías que procesionan durante la festividad del Corpus en aquella ciudad. Según el relato de un amigo, don Marcelo subrayó que el núcleo de la actividad de los miembros debería de ser la adoración eucarística, porque, en caso contrario, todas las ceremonias se reducirían a “oropel y gloria vana”. Ese mismo don Marcelo es el que se encuentra en el libro de Pérez-Boccherini, que es a la vez una biografía y un repaso a la historia de España, particularmente en los siglos XIX y XX. Se trata de la historia que hoy pocos conocen en profundidad, y a los que tienen noticia de ella se les ha enseñado muchas veces como algo negativo, ajeno al mundo de hoy. Esto puede aplicarse tanto a la historia de España como a la historia de la Iglesia. Es la mentalidad “presentista”, resultado de una deficiente educación en humanidades, con fuertes raíces en un relativismo vital, que reduce el pasado a un “museo” por el que desfilan, como en tantas catedrales, turistas y curiosos sin mentalidad de asombro y ávidos de imágenes fotográficas que casi nunca verán después. En el fondo, es una forma de considerar, como dijo una vez el cardenal, de que España es una nación sin historia ni pasado, algo que parece haber nacido ahora mismo. Pese a todo, don Marcelo no estaba anclado en el pasado, como demuestra una homilía de 1981, en la que se refería a una ciudad de Toledo, marcada por la atonía y la indiferencia, “adormecida en sus glorias antiguas…”

«Se me ocurre definir a don Marcelo como el cardenal de la fidelidad, entendida, ante todo y sobre todo, como fidelidad a Cristo.»

El autor señala que el cardenal tuvo tres amores: Cristo, la Iglesia y España. No los veía como incompatibles, como algunos piensan. Esta percepción le llevaba a considerar que el verdadero motor de la historia es la santidad. Podríamos añadir que quien construye su vida en Cristo, tiene ojos para todos los demás, pues el amor de Cristo ha sido derramado en su corazón. Por eso, don Marcelo aparece en estas páginas como un hombre afable y de trato delicado, pese a las incomprensiones y gratuitas acusaciones, que no pierde nunca el auténtico punto de referencia en Cristo en todos los períodos históricos en que vivió. Era de los que pensaban, según una cita que considero lapidaria, de que “donde hay amistad, hay éxito”. Le llovieron etiquetas, sobre todo durante la Transición, de “ultraconservador” y “nostálgico”, lo que no encaja en los hechos presentados por Pérez-Boccherini. Tuvo sus diferencias con políticos de cada momento, y que intentó superar, incluso en el período en que fue arzobispo de Barcelona, un cargo que no deseaba y que solo aceptó por obediencia a Pablo VI. En concreto, hay una anécdota que me ha dado que pensar: su denuncia en 1950 de la muerte de un hombre en las calles de Valladolid por inanición, incomprensible para él en una sociedad y en un Estado que se proclamaban cristianos. Esta denuncia social le acarreará problemas con las autoridades, pero treinta años después tendrá otros problemas con otras autoridades por su defensa de la ley natural, que no católica, en lo referente a la familia, el aborto o la educación. Era el mismo don Marcelo, un hombre de “afecto, transparencia y rectitud de intención”. Lo que había cambiado era la mentalidad dominante en la sociedad española y en sus políticos.

En ciertos momentos, algunos lectores podrían dejarse llevar por la melancolía, por un preguntarse si las cosas podrían haber sido de otra manera. Estoy seguro de que don Marcelo no habría pensado así, pues tenía esta concepción cristiana de la Historia: “Son las coordenadas humanas en las que el Espíritu Santo se hace presente”. Por lo demás, acertaba el cardenal al considerar que el drama de la cultura actual es la falta de espiritualidad, algo que podría llevar al catolicismo español a la mediocridad, una mediocridad que no es consciente de que sin cultura no hay identidad.

Se me ocurre definir a don Marcelo como el cardenal de la fidelidad, entendida, ante todo y sobre todo, como fidelidad a Cristo. Recordemos la cercanía entre los términos fidelidad y fe, en su raíz latina. Por eso, los que tienen una auténtica fe son capaces de vislumbrar el futuro, llevados por su confianza en Cristo. No cabe mejor conclusión para este libro que las palabras de una homilía del cardenal de 1995 en la clausura de la XVII Asamblea Nacional de la Renovación Carismática Católica: “¡Sembrad, sembrad! ¡Nada de lamentos! ¡Sembrad en todo instante! ¡Predicad a Cristo, hablad de Él! Mostrad su hermosura; decid a todos con los que tengáis alguna relación, que Él quien guía vuestra vida y quien os presenta su doctrina y su amor”.

por Antonio Rubio Plo

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Una Pequeña Historia de la Filosofía
Antonio R. Rubio Plo - Expertos EWTN

El último libro de Ricardo Piñero Moral, catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad de Navarra, lleva por título  El bosque de los fil.osofos (El buey mudo, Epalsa 2024) aunque podría llamarse perfectamente “Una pequeña historia de la filosofía”. Escrita desde un estilo cercano y didáctico, es una lectura para estudiantes y todas las personas interesadas en aproximarse a los filósofos más destacados de la historia. Desde luego, los filósofos no son una especie rara, pues las cosas que preocupan a la gente de hoy también les preocuparon a ellos en el pasado, tal y como puede comprobarse en esta historia del pensar, que contiene, a modo de pequeña práctica de estudio, un texto significativo del filósofo presentado, un texto de reflexión bajo el epígrafe de Tiempo de silencio.

Doce capítulos dedicados a otros tantos filósofos, y son los cuatro primeros los que abordan a filósofos griegos. Grecia es el principio de todo. Por eso, Tales de Mileto (s. VI a de C) busca el fundamento de todas las cosas, y aunque asegura que es el agua, su afirmación va más allá de lo material. “Todo está lleno de dioses” es una cita atribuida a Tales, pues el estudio de la materia es capaz de depararnos muchas sorpresas. Sócrates (s. V a de C) va mucho más allá. Es el gran buscador de la verdad, pero no en solitario porque dialoga con quienes le rodean. Su búsqueda abarca la verdad, el bien y la belleza. El diálogo es un instrumento para la mayéutica, el alumbramiento de la verdad. Sócrates cultiva el arte de despertar. Platón, discípulo de Sócrates, es el precursor de muchas disciplinas: psicología, antropología, ética, filosofía del lenguaje, educación, metafísica, filosofía política. Es el gran filósofo de las ideas, capaz de convertir el pensamiento en poesía. En contraste, Aristóteles (s. IV a de C) concibe la orientación de la acción humana hacia un fin. Es el cumplimiento del fin lo que hace que la acción sea buena. En opinión de Piñero, este filósofo es un observador atento a la felicidad, porque ese es el fin de la vida. Pero ser feliz es obrar virtuosamente. Aristóteles insiste también sobre el carácter social del hombre. Es el gran filósofo del logos, la palabra, vinculada a la razón. El logos nos hace ciudadanos del mundo.

El autor aborda también el pensamiento de dos grandes filósofos cristianos, Agustín de Hipona (ss. IV-V) y Tomás de Aquino (s. XIII). En Agustín, la filosofía es una experiencia vital, según se aprecia en Las confesiones. Busca la verdad y busca a Dios hasta que se da cuenta de que Dios está dentro de él. Su conclusión será que la filosofía consiste en el amor a Dios sobre todas cosas, y que Dios es una fuente de luz en el camino a una Sabiduría con mayúsculas. Tomás de Aquino es un gran teólogo que en los meses finales de su vida dejará de escribir porque todo lo que ha escrito le parece “paja”. Representa una filosofía madura y serena que concilia la fe con la razón, aunque subraya las limitaciones de esta última. Su principal mérito es su gran capacidad de formular de tal manera que consigue que la filosofía aristotélica y las Escrituras se complementan mutuamente.

«​Con esta obra, Ricardo Piñero nos invita a pasear por el bosque de los filósofos, un bosque de las variaciones en el que nunca encontraremos dos árboles iguales.»

Los filósofos de la edad moderna analizados por Piñero son Descartes (s. XVII), Hume y Kant (s. XVIII). Reconoce Piñero que el escepticismo es una forma de hacer filosofía y lo empleará Descartes en su búsqueda de un método científico de carácter universal. Es el filósofo de la duda que justifica porque lo que conocemos no es algo absolutamente firme. Pero solo duda quien piensa. Descartes introduce un giro en la historia de la filosofía al concebir al ser humano como una cosa que piensa. En contraste, Hume escucha la voz de la experiencia frente al racionalismo cartesiano, y convierte la experiencia en verdadera fuente de conocimiento. Las causas se infieren a partir de los hechos, no por el razonamiento. Pero al final, el empirismo muestra sus limitaciones, pues todo se reduce a lo que podemos ver, oír y tocar. Kant, en cambio, busca un conocimiento a priori, que no dependa de la experiencia, y de este modo concibe el espacio y el tiempo como intuiciones puras, independientes de la experiencia. Con todo, la vía de Kant termina por conducir al agnosticismo. Reconoce el filósofo que el alma, el mundo y Dios son tres ideas trascendentales, pero son conceptos puros y sin contenido. Podemos “pensarlas”, pero no conocerlas.

Con Nietzsche (s. XIX) comprobamos que la razón no es la única protagonista de la filosofía. Su modo de filosofar no es el pensar sino la vida misma. De ahí su consideración de que el mundo de las ideas es antinatural y que la moral va contra los instintos vitales del ser humano. Pero a base de negar el filósofo abre el camino al nihilismo, a un mundo sin metafísica y a una antropología en la que el hombre “es humano, demasiado humano”.

Los dos últimos filósofos del libro son Martin Heidegger y Hannah Arendt (s. XX). El primero busca el sentido temporal y del ser, y concibe el ser humano como “el ser ahí” (Dasein). El ser es un horizonte de sentido en el que toda la realidad puede ser vista, contemplada. Heidegger supo conciliar la vida con el pensar, el pensar elevado con la profundidad de la vida cotidiana. Por último, Piñero subraya que Hannah Arendt no se sentía filósofa. Se percibía como escritora, una escritora militante que fustigó ideologías como el antisemitismo, el imperialismo y el totalitarismo. Su nombre está asociado a la denuncia de la “banalidad del mal”, propia de aquellos que no quieren pensar lo que están haciendo y no se ponen en el lugar del otro.

Con esta obra, Ricardo Piñero nos invita a pasear por el bosque de los filósofos, un bosque de las variaciones en el que nunca encontraremos dos árboles iguales.

por Antonio Rubio Plo

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Descubriendo a Ramón Llull
Antonio R. Rubio Plo - Expertos EWTN

DESCUBRIENDO A RAMON LLULL

El historiador y periodista Santiago Mata acaba de publicar la segunda edición de su libro El hombre que demostró el cristianismo. Ramon Llull (ed. Rialp). Lo leí hace unos años y su autor me puso una dedicatoria en la que deseaba que este patrono de los publicistas me sirviera de inspiración. Me pareció una obra eminentemente didáctica, en la que los lectores son ilustrados en cuestiones de historia y filosofía medievales, necesarias para comprender al gran filósofo medieval mallorquín de los siglos XIII y XIV.

Pienso que Ramon Llull está todavía por descubrir y el libro de Santiago Mata es una buena guía para hacerlo. Llull no puede ser relegado a un capítulo árido y complejo de una historia de la filosofía medieval, y tampoco reducirlo a un concienzudo estudio filológico aplicado a la lengua catalana. Su voluminosa obra tiene suficiente contenido como para interesar al hombre de nuestros días, al que no ha sustituido la razón por las emociones efímeras. Por eso, el poeta Pedro Antonio Urbina, un inolvidable intelectual mallorquín, subrayó en el prólogo de este libro la actualidad de Llull, sobre todo por el hecho de no separar nunca la fe de la razón. Por eso, el principal enemigo del filósofo sería el fundamentalismo fideista, cerrado siempre a todo diálogo y encuentro, si bien Llull, en su constante interés por el diálogo con el islam y el judaísmo, nunca entendió por diálogo esa teoría en la que cada uno renuncia a parte de sus propias convicciones y que no deja de ser una falsificación. Esto supondría una claudicación, por no decir una negación, de la verdad.

Una de las partes históricas más logradas del libro es la recreación del Mediterráneo medieval en la segunda mitad del siglo XIII, centrándose particularmente en la Mallorca de la época, aunque lo importante no solo son los habituales hechos bélicos sino las mentalidades de la época que abarcan también la literatura. De hecho, Ramon Llull será un trovador de la corte de Mallorca, un hombre mundano ávido de placeres y riquezas, hasta que una visión de Cristo crucificado, repetida en varias ocasiones, le hará replantearse su vida hasta el punto de querer dejar a su familia por la predicación del mensaje de Cristo, de un modo similar al de Francisco de Asís. A partir de entonces se interesará por el estudio de la filosofía y la gramática, entre otras materias, además de aprender la lengua árabe, pues quería convertir a los musulmanes. Sus estudios durarán casi una década y apenas saldrá de Mallorca, y su profundo conocimiento de la filosofía musulmana, la de Avicena y Averroes entre otros, que estaba influenciada por Aristóteles, le hará abrazar con entusiasmo la lógica, con la que pretende demostrar la existencia de Dios. Ramon Llull era capaz de dialogar con filósofos musulmanes, pero desgraciadamente estos estaban a punto de convertirse en heterodoxos, por la progresiva separación de la razón en la que caería la religión islámica, sobre todo a partir del siglo XIV.

«No menos interesante es el método de Llull para la difusión de la fe, que sabe de sobra que la fuerza de la espada, tan extendida por aquel entonces, no sirve como argumento a favor de la verdad religiosa»

El libro de Santiago Mata contiene una detallada descripción de las principales obras de Llull, con interesantes aclaraciones de tipo filosófico. Son toda una invitación a profundizar, una defensa de la necesidad de formación para el cristiano. Conviene subrayar que en Llull “la predicación supone la contemplación”, una cita muy aplicable a ciertas tendencias antiintelectuales presentes en el cristianismo de hoy. No menos interesante es el método de Llull para la difusión de la fe, que sabe de sobra que la fuerza de la espada, tan extendida por aquel entonces, no sirve como argumento a favor de la verdad religiosa. Tampoco bastarán los argumentos de autoridad, ni mucho menos bellas composiciones líricas como las que solían hacer los trovadores de la época. Como bien dice el autor del libro, “a las ideas hay que darle vueltas”. No hay que castigar al interlocutor con argumentos. Las verdades expuestas deben ser pocas y nuestra labor consistirá en darles vueltas, como si se tratase de una labor de entrenamiento. Ni que decir tiene que Llull hará un uso continuo de la lógica en sus argumentaciones, haciendo incluso incursiones en el campo de la geometría.

 En resumen, Ramon Llull es un gran filósofo de la razón, de una razón unida a la fe, un hombre que no puede admitir la negación de la razonabilidad de los misterios de fe, pues sin la razón la fe está perdida. Llull es, sin duda, un “Quijote medieval”, en expresión del historiador Claudio Sánchez Albornoz, pero cabría añadir que su ideal, y su realidad, no es el del caballero andante sino el del Cristo crucificado que cambió para siempre su vida.

por Antonio Rubio Plo

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Un retrato de GILBERT KEITH CHESTERTON
Gerardo Ferrara - Expertos - ETWN

Mi hermano Gilbert

Una editorial universitaria, Ediciones More, acaba de publicar por primera vez en español un libro de indudable interés para todos los admiradores de Gilbert Keith Chesterton, del que se cumplen 150 años de su nacimiento. Fue un libro escrito por su hermano menor Cecil (1879-1918) y publicado de forma anónima en 1908 bajo el título de G.K. Chesterton, A Criticism. La traducción española presenta este libro como Mi hermano Gilbert. Ha sido una acertada elección porque el autor conoce bien a su hermano, pero el hecho de que sea su hermano no priva a Cecil Chesterton de su sentido crítico. La obra no es un panegírico sino el intento de dar a las lectores de su época una explicación sobre un periodista y escritor que se iba abriendo paso en la prensa de Londres con su estilo paradójico y singular.

Pese a que hable de un hombre de treinta y cuatro años, que viviría hasta 1936 y que no había publicado aún una obra tan destacada en su trayectoria como Ortodoxia ni la serie de relatos del Padre Brown, me atrevo a afirmar que esta es una de las mejores biografías, aunque sea una biografía intelectual, de Gilbert Keith Chesterton.

«El mundo interior de Gilbert se vio sacudido por la guerra de los Boers (1899-1902), que le convirtió en un encarnizado defensor del antiimperialismo»

Ante todo un poeta

Cecil presenta a un hermano muy influido por las lecturas, y entre ellas no podían faltar la Biblia y Shakespeare, dos referentes, muy propios del mundo anglosajón y absolutamente indispensables para quien aspire a profundizar en la naturaleza humana. También influirían en él grandes autores del siglo XIX, del romanticismo en todas sus encarnaciones, pese a las apariencias, como Scott, Dickens y Stevenson. Con todo, el autor de este libro nos recuerda que Gilbert fue, ante todo, un poeta, aunque no se dedicara demasiado a la poesía, y que leyó con entusiasmo Hojas de hierba de Walt Whitman. De esta última lectura asumió algunas percepciones que hizo suyas: la consideración de la bondad de todo lo creado, la igualdad y solidaridad entre los seres humanos, la redención del mundo por la amistad…

El mundo interior de Gilbert se vio sacudido por la guerra de los Boers (1899-1902), que le convirtió en un encarnizado defensor del antiimperialismo, pues, aunque la mayoría de la población británica aprobaba una contienda disfrazada de lucha por el progreso y la civilización, Gilbert, al igual que Cecil, la consideraba una guerra injusta. Era la imposición del fuerte sobre el débil y la negación del derecho de unos colonos a ser independientes. El patriotismo no tenía por qué ser imperialista. Pero de esa postura no salió un combativo periodista político, ni menos aún un candidato al parlamento, pues Chesterton optó por la crítica literaria.

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En Mi hermano Gilbert no faltan, pese a los enfoques literarios, los rasgos personales, observados por quien conoce muy de cerca al protagonista del libro..

Aventurero informal y despistado

En efecto, sus libros sobre Robert Browning y Charles Dickens no son biografías al uso, más bien no son biografías en absoluto, pues el autor abunda en digresiones de una extensión tal que bien podrían haber formado parte de otro libro. Sabe captar bien el ambiente histórico en el que vivió el escritor abordado, pero hace más filosofía que crítica literaria. Su libro Herejes (1905) se ocupa de escritores contemporáneos como Kipling, Shaw, Ibsen o Tolstoi, con los que no está de acuerdo sin por ello menoscabar sus innegables cualidades literarias. La discrepancia de Chesterton no es literaria sino filosófica, tal y como se puede observar en esta cita: “Lo más práctico e importante en un hombre sigue siendo su visión del Universo”. Sin embargo, su hermano Cecil no está de acuerdo con la descalificación de Ibsen, un escritor capaz de crear héroes, aunque sean héroes solitarios, como el doctor Stockman, protagonista de su obra Un enemigo del pueblo. La respuesta de algunos de los escritores aludidos sería pedir a Chesterton que exponga su visión del Universo, algo que no había hecho claramente y que no hará hasta la publicación de Ortodoxia (1908), cuya aparición es anticipada por Cecil en su libro. Antes de ello, publicará dos interesantes obras, El Napoleón de Notting Hill y El hombre que fue Jueves, que, según Cecil, no son novelas, pues las ideas están más perfiladas que los personajes, aunque no dejan de ser narraciones.

En Mi hermano Gilbert no faltan, pese a los enfoques literarios, los rasgos personales, observados por quien conoce muy de cerca al protagonista del libro. Señala que su enorme sombrero, su capa o su bastón son propios de un romántico empedernido, dispuesto a buscar aventuras no en medio de la naturaleza sino en una gran ciudad como Londres, aunque la zona céntrica que él frecuentaba, Fleet Street, no era precisamente un escenario peligroso. Aventurero informal, también en los métodos de trabajo, y despistado, aunque a la vez un trabajador infatigable. Un retrato que hace justicia al escritor. Con todo, hay que subrayar que Cecil es también intuitivo. Muchos de los escritores de la época de Chesterton son hoy clásicos, pero su hermano asegura que Gilbert nunca será un clásico sino un contemporáneo. La lectura de sus obras demuestra que tenía razón.

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Tres mártires españoles del siglo XX
Antonio R. Rubio Plo - Expertos EWTN

El beato Juan Huguet y otros 4235 sacerdotes mártires del siglo XX en España

Ediciones Encuentro, en colaboración con el Instituto de Estudios Históricos CEU, está publicando desde hace años la colección Mártires del siglo XX, bajo la dirección de monseñor Juan Antonio Martínez Camino. En esta colección hay una serie Minor, en la que aparecen santos o beatos, con sus rasgos personales más característicos, que fueron mártires en lugares tan diversos como Armenia, Rusia, México, España, Alemania, Polonia, Croacia, Albania o Vietnam. 

A la citada colección pertenece el libro escrito por el sacerdote Feliciano Gutiérrez Rodríguez, El beato Juan Huguet y otros 4235 sacerdotes mártires del siglo XX en España, (Ed. Encuentro). Un libro muy apropiado de cara al 6 de noviembre, conmemoración litúrgica de los mártires del siglo XX en la España de la década de 1930. Fue una época de un odio a lo religioso, que buscó la marginación y eliminación de la Iglesia católica, y desembocó en la muerte de unas 10000 personas, laicos, sacerdotes y religiosos. Casi la mitad de las víctimas fueron sacerdotes diocesanos, y de hecho en las páginas finales del libro aparecen una lista de nombres y una relación de lugares, acompañadas de mapas, en los que se produjeron los martirios. Una de las mayores riquezas de la Iglesia, según recordaba san Juan Pablo II en Tertio Millennio Adveniente, son sus mártires.  Pero el recuerdo de los mártires no esconde otra intencionalidad que la de resaltar la verdad, el perdón y el amor. Todos ellos murieron perdonando y sin odio. El autor ha seleccionado a tres sacerdotes que murieron mártires. Dos de ellos han sido beatificados y el otro está en camino de serlo.

 

Pedro Marqués reconoció tiempo después que llevaba sobre su conciencia esta muerte causada en un arrebato de ira.

Dio dos tiros en la cabeza por negarse a escupir sobre un crucifijo.

El primero es un sacerdote menorquín, Juan Huguet (1913-1936), un hijo de campesinos que llegó al seminario de Ciudadela, donde sus compañeros recordaron su amabilidad, sonrisa y afán de servicio. Su peregrinación a Roma con ocasión del Año Santo extraordinario de 1929, en la que pasó por el Coliseo y rezó junto a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, le sirvió para rememorar el ejemplo de los primeros cristianos que padecieron martirio, y también quedó removido por el testimonio de los mártires cristeros de México, pues cinco seminaristas de ese país fueron al seminario de Ciudadela. Finalmente, el 6 de junio de 1936 Juan Huguet fue ordenado sacerdote en Barcelona, pero murió mártir el 24 de julio siguiente. La persecución religiosa, que siguió al inicio de la guerra civil, fue acompañada de robos y toda clase de desmanes, y la primera víctima del clero fue Juan Huguet, al que un brigada de infantería de marinería, Pedro Marqués, que asumió toda autoridad civil y militar en Menorca, dio dos tiros en la cabeza por negarse a escupir sobre un crucifijo. Pedro Marqués reconoció tiempo después que llevaba sobre su conciencia esta muerte causada en un arrebato de ira. Al término de la contienda, fue condenado y sentenciado a muerte por un tribunal militar, pero antes se arrepintió y volvió a su fe de niño. Juan Huguet atrajo con su ejemplo y perdón a su asesino.

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 El libro contiene un estremecedor relato sobre un sacerdote escarnecido y atado a un árbol, que tuvo una muerte horrible al ser “lidiado” como si se tratara de una res.

Enrique Boix Lliso (1900-1937)

El segundo sacerdote es un valenciano, Enrique Boix Lliso (1900-1937), un clérigo con especial ascendencia sobre los jóvenes de pueblos de su provincia como Llombai, Algemesí y Alzira. Todavía no ha sido beatificado y las circunstancias de su martirio permanecieron silenciadas durante mucho tiempo, hasta que hace algunos años se conocieron los testimonios de testigos oculares, que no quisieron abandonar este mundo sin dar a conocer lo que sucedió. El libro contiene un estremecedor relato sobre un sacerdote escarnecido y atado a un árbol, que tuvo una muerte horrible al ser “lidiado” como si se tratara de una res. 

El tercer mártir es el sacerdote asturiano Lázaro San Martín Camino (1872-1936), párroco en cuatro pueblos del occidente de Asturias durante más de 40 años. Su labor social y caritativa ha sido reconocida muchos años después al dar su nombre a la plaza de la iglesia del pueblo de Piloña, su último destino eclesiástico. Fue fusilado en la playa de san Lorenzo de Gijón el 14 de agosto de 1936, y es uno de los 129 sacerdotes mártires de la diócesis de Oviedo.

Más allá de los detalles concretos, este pequeño libro es un recordatorio de como los mártires del siglo XX, en palabras de monseñor Martínez Camino, son “testigos admirables de la causa del Dios de la misericordia y del perdón en el siglo más carente de piedad y más violento de la historia”.

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